Cuando la puerta se cerró tras él, el aire pareció detenerse. Sintió como los huesos de su cuerpo crujían y se rompían, mientras su carne tersa y aún joven, se hinchaba y enrojecía. Ella llegó hasta el espejo del baño temblorosa, cojeando. Allí no se reconoció en aquel rostro ensanchado que se agrietaba, en aquel pelo repentinamente encanecido, en el abismo de su mirada. Extraña y vieja, así se veía.
Arrastrándose como una culebra atravesó la casa y llegó a la cama. Allí pronto su corazón dejó de latir.
A la mañana siguiente, siguiendo las tradiciones del lugar, tiraron su cuerpo al mar.
En el fondo del mar, cerca de la playa, un pez rojo empezó a jugar con su pelo. Pronto todos los peces de la colonia nadaban alrededor de su cuerpo. Aquel no era su sitio. Empujaron su cuerpo en bloque hacia la orilla. Allí un montón de algas azules y blancas adornaron su pelo y caracolas de mil tamaños se colocaron alrededor de su lecho de arena.
Abrió los ojos y se vio frente a un mar azul cobalto. Las olas, cálidas, llegaban a sus pies. Su cuerpo despertaba y se estiraba en el calor de la arena. La tranquilidad lo inundaba todo.
El sol era fuego y luz. Como la mirada de ella, de nuevo fuego y luz.
Un hombre parecido a él paseaba por la orilla y la miraba desde lejos.
Me recuerda a Alfonsina y el mar…le dediqué 150 cuadros mi primera y segunda exposición individual , 1984 y 1985…
Gracias por este texto Pilar.