El cielo parece inundado de confetis de colores. En las calles los paseantes no dejan de mirar hacia arriba intentando adivinar de donde procede ese mar de pequeños objetos que hace imposible disfrutar del azul de la tarde.
El rumor se extiende por toda la ciudad. Esos puntos suspendidos en el aire son letras. Grandes, diminutas, de tamaño mediano. Las letras desertan de libros, carteles, documentos o anuncios publicitarios, vuelan y se dispersan en el aire. Suben hasta que se condensan con sus compañeras en algún lugar de la atmósfera, conformando una nube espesa que oculta el sol.
En las bibliotecas se observa una marea de letras volando a través de ventanas y puertas. Los usuarios, aturdidos, se refugian en los rincones de las salas de lecturas, observando la huida veloz y desordenada de las letras hacia el horizonte.
Desde el exterior, en cualquier calle, se puede saber en qué edificios y en qué plantas hay archivados libros, revistas o información, observando las bandadas de letras que abandonan cada una de las ventanas. Vuelan sorteando obstáculos, chocándose unas con otras, construyendo en el aire palabras imposibles.
Él espera. Como cada tarde al terminar las clases, sigue a distancia los pasos de ella por las calles del barrio, mochila al hombro. Le gusta observar su caminar de niña convirtiéndose en mujer, ligero y alegre, haciendo el trayecto de regreso a casa, ver cómo ella extrae cuidadosamente las llaves de un bolsillo de la chaqueta de su uniforme, abre el portal y se pierde en la entrada de su edificio.
Después, aunque sabe que ella no va a volver a salir, sigue esperando. Imagina su entrada en casa, cómo deja los libros en su habitación. Quizás un día abra la ventana y se de cuenta de que él, tan callado, tan tímido, espera.
Hoy, sentado en el peldaño del portal de enfrente, mientras la imagina, de repente observa algo extraño. De cada una de las ventanas del edificio donde vive ella y de los colindantes sale una nube de pequeños puntos. Mira con detenimiento. Son letras. En bandada, las letras suben con ímpetu hacia el cielo.
Asombrado, él se levanta lentamente. En los meses que lleva siguiendo sigilosamente el camino de ella a casa, ha averiguado cuáles son las ventanas del piso en el que vive. Letras y más letras se agolpan en cada una de ellas y vuelan hacia un horizonte que se ha transformado en una enorme nube gris que crece y crece.
Desde un rincón de su habitación ella observa como revolotean las páginas de sus libros y sus cuadernos y como, desordenadamente, de sus hojas vuelan letras de distintos tamaños, colores y formas, que buscan la ventana. En su ordenador, recién encendido, empiezan a surgir sonidos extraños. Las letras digitales traspasan la pantalla y, en su huida, se mezclan con todas las demás.
Ella, muda de miedo, se acurruca en un rincón y observa el extraño viaje de las letras durante minutos que podrían ser horas. Hasta que parece finalizar. Entonces se acerca a la ventana. Sin embargo, la huida aún no ha acabado. Algunas letras rezagadas tropiezan con ella en su afán de búsqueda de salida.
Asomada a la ventana, ella observa como las letras ascienden hacia un cielo gris.
Él, nervioso, por primera vez en meses, la ve en la ventana. No puede dejar de mirarla, a pesar de todo lo que ocurre alrededor.
Un grupo de letras retrasado en su huida gira alrededor de ella y compone una frase: él espera.
Él espera, murmura ella, leyendo. Sin entender nada, mira alrededor.
El sigue observando la ventana cuando la mirada de ella se desplaza justo hacia el portal de enfrente, donde se encuenta él.
Ella sonríe.
Él tarda unos instantes en reaccionar. Sonríe.
Ambos miran al cielo y en medio de aquel marasmo que inunda el horizonte las letras parecen agruparse componiendo una palabra.
Vida.
¡Qué bonito! Y qué extraña esa fuga de letras, chivatas, rebeldes, que no se resignan a permanecer en sus libros y pretenden conquistar el mundo.
¿Será eso «el mundo de las letras»?
Saludos.