Esta vez no erraré el tiro, no dudaré y bajaré el arma indecisa como hice ayer. Dejaré que salga de la casa e iré tras él. Atravesaré el patio, saldré por la puerta de atrás y andaré con tiento por el camino de la ermita hasta llegar a la finca. Esperaré en la distancia, cobijada tras un árbol y cuando le vea agachado trabajando la tierra avanzaré con cuidado y, sin dudarlo, levantaré el brazo para hacer justicia. La bala atravesará la distancia entre mi mundo y el suyo. Y caerá en un charco de sangre, doblándose sobre la tierra. Y no sentiré nada porque desde hace años estoy vacía. El mundo ya no se agita cuando entra en mi cama de noche, mientras la casa está en silencio. Todo acabará por fin ese día cuando yo apriete el gatillo y mi padre caiga muerto en medio de la tranquilidad del campo.