El azul se mueve hacia mi.
Como la erupción de un volcán. O avanzando suavemente hasta alcanzar los dedos de mis pies.
Nada es eterno, salvo ese azul, gris, verde que avanza y detiene el tiempo.
Vuelvo a ser una niña que juega a contar olas y a saltar para evitarlas. El mar me parece un río muy grande y mis padres ríen la ocurrencia. Mi padre avanza hacia mi nadando. Mi madre lee en la orilla y una ola llega hasta sus pies. Sonríe al mar.
La niña deja paso a una joven que nada en mares abiertos, en calas recónditas, con amigos, sola, con pareja que cambia de rostro al ritmo de las olas.
Leo. Una ola me salpica. Miro alrededor y veo una niña saltando olas en la orilla. Un hombre nada cerca, vigilante. Fuera del agua, dentro, parejas que van y vienen al ritmo del tiempo y de las olas.
El tiempo, ¿existe?
En el azul, se detiene. Eres niña-joven-mujer.
Y llega una ola, y sientes el color del mar en todo el cuerpo. Y tus piernas y tus brazos se mueven, ligeras.
Flotas, a salvo. Nada existe, pero todo fluye. El azul detiene el tiempo. La tarde es infinita. Nadas y el mundo se pierde en el corazón de una ola.
(Escrito en Málaga, en agosto de 2020).