Ayer tuve un encuentro con el talento. Fue en el palacio Bauer, un edificio construido en el siglo XVIII en la calle de San Bernardo de Madrid que merecería ser más conocido y que a partir de los años 70 se convirtió en sede de la Escuela Superior de Canto.
Bronces, mármoles, hornacinas de cerámica vidriada y pinturas murales decoran un salón de actos que fue anteriormente salón de baile. Allí, un grupo de alumnos de la Escuela realizaban una audición con público.
Canciones de Rossini, Tchaikovsky, Mendelssohn, Brahms, Chapí o Sorozábal fueron interpretándose a lo largo de la sesión. Cada uno de los alumnos salía al escenario iluminado por una luz discreta y, acompañado de un pianista, cantaba su tema. Cada uno de ellos realizaba la salida de un modo diferente (más rápido o menos, haciendo un recorrido más amplio o menos, con gesto serio o más relajado, con movimientos de manos y brazos diferentes…). La voz rompía el silencio de forma distinta en cada caso (por ritmo, tono de voz, por una pausa inicial mayor o menor). La forma de estar en el escenario difería. ¡Qué difícil estar de pie en un escenario con las miradas del público clavadas!. Cada uno transmitía la canción de forma distinta a través de sus gestos. Los mas avezados tenían en las manos una segunda vía de comunicación de las emociones de la canción.
¿Cuántas veces tiene que salir un cantante a un escenario hasta que lo hace suyo y deja flotar su voz por encima de sus miedos?. ¿Cuántas veces tiene que someterse al escrutinio de profesores, mentores, amigos?
Aquellos cantantes tenían un talento indudable. Cada uno con su estilo. Pero todos ellos necesitaban audiciones, pruebas, formación, mentores para mejorar y desarrollar ese talento en plenitud.
Invertir tiempo y recursos en el talento en cualquiera de las facetas de la cultura es una obligación de presente y de futuro de cualquier sociedad que quiera considerarse avanzada.
Las voces de aquellos cantantes me llevaron a los planos de los primeros trabajos de cualquier director, de cualquier técnico. A las líneas de cualquier guion de alguien que empieza. Hay que escribir mucho para conseguir un guion digno. Hay que grabar mucho para conseguir que los planos respiren verdad.
El cortometraje, género en sí mismo, también es una «audición», un campo de pruebas para todos los miembros de cualquier equipo, empezando por el director o directora. La inversión pública no es elevada en relación a otras ayudas y, sin embargo, se está potenciando el talento futuro, necesario para el cine y el audiovisual.
Hay muchas acciones necesarias, pero apoyar y dar medios para que se desarrollen los nuevos talentos del cine, la música, el teatro, la literatura o cualquiera de las artes es una de las medidas más importantes que, desde mi punto de vista, tiene que llevar a cabo cualquier responsable público. Porque es apoyar el futuro de la cultura, el futuro del país.
¡Enhorabuena a todos los participantes en la audición realizada por la Escuela Superior de Canto el pasado 14 de febrero! A Jonatan De Dios, María Gutiérrez, Bartomeu Guiscafré, Tania Menéndez, Eduardo Pérez, Héctor Gutiérrez y Juan Francisco Toboso.