La carretera se extiende hacia Madrid. En el trayecto pienso en el regreso, en los regresos. Al otro lado del cristal la tarde refleja colores que apuntan hacia en otoño en los queridos campos de La Alcarria. Quizás aún no he regresado del verano, del color en el otro lado del mar.
México aún está. Como estuvo Cuba, el país más querido, el que me ha dado el cine.
Veo fotos de amigos que aún permanecen allá y que lloran su inminente regreso. Y recuerdo, una localidad pequeña, Juventino Rosas y a Sshinda, que hace juguetes que son sueños infantiles. La playa de Platanitos y uno de los mejores baños de mi vida, rodeada de amigos mexicanos, en Tepic, donde acudimos a ver una feria que hacían los indios huicholes, que mostraban su cultura y una artesanía prodigiosa. Una de sus pulseras me acompaña desde entonces.
Recuerdo el coche de Gabriel, siempre sonriente, siempre atento, siempre con nuevas ideas de rutas, para posibles grabaciones. Y el camino hacia un desayuno muy especial el día de mi llegada con gente encantadora que me mostraría un lugar que me impresionó tanto que allí terminamos grabando la última semana, porque tenía que ser así. Un lugar te golpea la emoción y sucumbes al trabajo, la cámara, la búsqueda y lo que haga falta.
Los recuerdos se acumulan. Una mañana en la que fuera casa de Trotsky, impactante. Algo retiene a los visitantes en aquel lugar. Una tarde en Coyoacán, entre risas y amigos. La ciudad universitaria de México, sencillamente impresionante. El Zócalo y sus alrededores, qué decir. Calles desiertas en la noche, que cae de golpe en Guadalajara. La maleta que va y viene en los autobuses mexicanos, estupendos. Tantos paisajes grabados tras el cristal. Las madrugadas pensando en cómo rodar una historia que, en gran parte, aún no sabemos.
Y todo se condensa en un amanecer espectacular el primer día de la grabación. Contemplar lentamente como la luz cambia. Morado, naranja, amarillo. Quizás una grabación sea simplemente eso, saber observar cómo la luz, los elementos, cambian. Saber dirigirlos, a veces, para favorecer el cambio.
Y grabé. Y sentí. Y regresé, pero no regresé. Porque este ordenador, desde el que escribo, guarda los planos de la historia que esperamos ver crecer. Desde dentro. Del ordenador. De mí.
No he regresado de México. México ha viajado conmigo.
En un tiempo espero que conozcan la historia de un jardín. Ahí lo dejamos. Mientras, de vez en cuando, escribiré sobre alguno de los lugares que he conocido por allá. Si me permitís, para mitigar el recuerdo.
A veces los regresos son así. No llegan a ocurrir.