Hay palabras que pesan. Son vida y muerte, luz, explosión y tiniebla. Sus sílabas se pronuncian desde las tripas. Son raíz, paisaje donde recrear la mirada, nubes, tormentas extremas y sol tranquilo de mañana otoñal.
En Córdoba hace calor y hay demasiada gente visitando patios repletos de plantas, color y estallido primaveral. Caminar las calles estrechas de la Judería es ir sorteando turistas o dejarte llevar por el tránsito que parece dirigirse a la mezquita.
Entrar en el Patio de los Naranjos es una relajante preparación para el visitante. Camino lentamente el lugar que respira la luz de otros tiempos. Bajo la sombra de un árbol, mientras hago fotos, recuerdo.
Madre.
Era verano. El calor apretaba, la carretera se extendía por llanuras y lomas cubiertas de olivos. El atardecer quemaba el interior del coche. Íbamos a Málaga, pero insististe en hacer parada en Córdoba. Probablemente me sentiste cansada de conducir, puede que tú también estuvieses cansada. Sabías convencer. «Cenamos en Córdoba y mañana podemos ver la mezquita, dar una vuelta y seguir camino a Málaga». La mezquita. Cedí a tu plan.
El verano caía sobre la noche de Córdoba y , en la primera mañana, el calor teñía el camino a la mezquita.
Te veo caminar por el patio de los Naranjos, absorbiendo y buscando el aroma de árboles y plantas.
Madre.
Tenías razón, como casi siempre. Era necesario detenerse en Córdoba, para ahora, en este momento, entrar en la mezquita y verte de nuevo caminando entre las columnas, apareciendo y desapareciendo en el bosque de arcos. Sonriendo al verme impresionada ante el espacio, al sentirme disfrutar de la belleza.
Hoy he grabado en el interior de la mezquita, presente y pasado. Tú no estabas, pero caminabas a mi lado, dirigías mi mirada a un lado y a otro, mi pulso al grabar, calmabas la respiración acelerada por el recuerdo.
No creo en fechas, creo en emociones. Mirar la espectacularidad de esta mezquita es recordar, recordarte. Saberte en mí. Soy porque eras. Soy como soy porque allanaste caminos y descubriste paisajes para mí. Por el regalo de tantos momentos que son centro, guía y cuando la tormenta arrecia, lugares de refugio, donde no puede entrar la furia de la naturaleza, del mar, ninguna furia.
Te debo el reposo de un paseo por la mezquita, que recuerdo y me mueve, pasados años, a volver a Córdoba.
Madre.
Hay palabras mundo. Tierra. Madre.
Estás. En esta mezquita. En tu Alcarria. En tantos lugares y aprendizajes.
En mí.
Te veo alejarte entre arcos y columnas por una de las puertas laterales de la mezquita, a contraluz.
Sigo grabando.
A Pilar, a su madre, a la madre de su madre. A las madres.