La tarde se dibuja naranja y malva a través del cristal. Enciendo el ordenador para trabajar, pero no puedo dejar de pensar en un momento, una sonrisa, hoy mismo, una hora atrás.
No dejamos de recibir lecciones, cada día, cada vez que nos atrevemos a mirar alrededor con interés. Yo hoy he recibido una lección, y especial.
En los pasillos de los hospitales no se dibujan colores. En los pasillos de los hospitales vive el temor y, a veces, una sonrisa que desmorona, que hunde y levanta, que, sin quererlo, te reta.
Hay que descolocarse para recolocar / recolocarse.
Hoy, en un hospital, he conocido a una mujer joven que, según parece, no tiene mucha vida por delante. No hay diagnóstico. Los médicos investigan. Las enfermedades raras, que a veces oímos y de las que nadie parece saber.
Hoy he conocido a una mujer apenas antes de que ella pusiese su huella en un papel de testamentaría ante un notario -no puede mover los dedos, no puede escribir y me cuentan que hace diez días paseaba como cualquiera- para que su hija, una niña de 10 años, tenga todo más fácil si llega el final.
Hoy he conocido a una mujer que me ha brindado su mano, la que no puede apenas mover, con fuerza, cuando nos han presentado.
Una sonrisa es la paz, el perdón, la tolerancia, la complicidad. Una sonrisa es un pasaporte hacia el otro, la cercanía, la puerta abierta. Una sonrisa puede ser bondad, temor, tristeza que se contrarresta, aceptación desde la serenidad, fuerza en la debilidad. Un mundo. Mundos.
Hoy he conocido a una mujer que sonríe. A pesar de todo, sonríe con una sonrisa que puede con la luz que entra por la ventana. En un momento de total incertidumbre, su sonrisa es luz. Es la luz.
Si mañana veo el final cerca quiero, como esa mujer, sonreír en paz, sonreír a todos y que esa sonrisa sea el perdón, el inicio y el final, un pasaporte.
Deseo la vida para esa mujer a la que acabo de conocer pero que me parece conocer de siempre. A esa mujer que no se puede mover y que, tumbada, postrada, da lecciones sin saberlo. Deseo que los médicos encuentren el camino y que un día cercano, pueda recorrer con su hija y con su sonrisa las calles de Madrid iluminando este otoño de grises, malvas y naranjas. Ojalá. Inshallah.
A los que vienen de otros lugares y nos regalan sonrisas y lecciones.