lacalledelavida

Cine y escritura

imageÉrase una vez un tilo enorme, frondoso. El árbol más hermoso de su ciudad.

En Brihuega hay un tilo que alza su gran copa y da sombra a toda una plaza. Cerca, andando el pueblo en dirección al prado de Santa María, en una casa del llamado Coso, nació mi madre.

Cada vez que voy a Brihuega procuro atravesar la plaza del tilo. A veces me detengo a disfrutar de la belleza de las hojas que persiguen ramas que se alzan por encima de algunos de los tejados de las casas que rodean la plaza.

Tiempo atrás, en Madrid, un tilo apenas crecido llamó mi atención en un parque al que acudía para volver a aprender a caminar después de sufrir una lesión. Entre la diversidad de árboles, yo siempre elegía hacer descansos frente a ese tilo, enclenque, apenas árbol aún.

Una niña corre alrededor del tilo de Brihuega. Es mi madre. Se esconde tras el árbol y, de cuando en cuando, se asoma con cara pícara. Probablemente, mis tíos y mi madre jugaron a la sombra de ese árbol. Igual aún juegan. Quizás, no podemos verlos jugar al escondite en esta plaza en la que, ahora mismo, disfruto de la sombra del tilo y escribo estas líneas.

Un tilo lleva a otro tilo. Qué sabemos de memorias que se llevan en la sangre, qué sabemos del enigma del tiempo, de la muerte.

En el cementerio de Brihuega juegan unos niños al sol y, a veces, suben al pueblo y corretean alrededor del árbol más hermoso del lugar.

 

A los que no están, a los que juegan sin que podamos verlos. A mi madre que retomó sus juegos infantiles un día de intenso calor de julio de hace poco. A la imaginación , que nos salva y nos atrapa.

 

 

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