Caminar. Buscar caminos, caminando. Andar con destino, sin rumbo. Sortear calles, barrios, la ciudad. Respirar el aire de cada paso.
Caminar.
Busco caminos en la mañana, en los senderos hacia el trabajo y lo cotidiano.
Al salir, camino la noche de la Gran Vía, vuelvo al anochecer de la infancia en Malasaña. En el camino, los pies bucean en el presente y en el pasado, atisban lo que vendrá.
Camino «La calle de la vida» que da nombre a este blog, un lugar que pertenece a mi infancia, que marcó la juventud, que se mantiene en la madurez. Un lugar en el que reconocerse, al que regresar siempre, entre Corredera y Malasaña.
Caminar. Observar. Reflexionar. Contarse el día, la vida. Armar relatos inventados, al ritmo de cada paso.
Caminar calles multitudinarias y solitarias, parques, plazas, avenidas, circunvalaciones, rotondas. Caminar y encontrarse en el camino. El encuentro. El desencuentro. La vida.
En los caminos del hoy, ya echo en falta a un amigo que se va pronto por los senderos del trabajo hacia Francia. Quedarán grabaciones y lavandas y la vereda abierta hacia Nantes.
También a otro amigo, uno de mis grandes amores, que se va buscando nubes, se traslada a otras galaxias sin moverse de ciudad, ni de barrio. Tuve suerte en un cruce de caminos y le encontré. Ahora le veo andar de espaldas, alejándose. A pesar de todo, ojalá hubiera varitas mágicas para allanar caminos a la felicidad de otros, de él, de muchos.
Los caminos van y vienen. Con las personas. Si caminas, las posibilidades de caer, aumentan. Si caes, te levantas y vuelves a sortear los caminos, hermosos y a veces, duros, de la vida.
Caminar, bello caminar para todos.