Las ciudades con columnas, atrapan.
Soportales abiertos y cerrados al mundo. Amplios y escuetos de luz, de cobijo. Territorios de andares y de andanzas.
Poemas arquitectónicos que dejan sentir el paso del tiempo mientras alejan ruidos y mundos.
Es fácil escribir poemas bajo sus arcos, templar las palabras, tentar el verso. Dibujar frases que acallan el eco de las bóvedas. De la mano de su sombra hilvanar historias, personajes, fábulas y sorprenderte como habitante de universos que rozan el sueño.
Oníricas formas.
Terroríficas sombras.
Inquietos pasillos que extienden calles, atraviesan vientos y plazas.
La Habana, nombrada «ciudad de columnas» por Carpentier, en el recuerdo, marcando mis pasos cautos indagando Bolonia, trazando un viaje en el tiempo.
Hace años, un primer viaje, un primer amor, caminando los trenes y las ciudades de Italia.
Hace años, Florencia, una beca, un verano de clases, de noches y estrellas en rincones de Italia. El recuerdo, cerca. El recuerdo, bálsamo, mientras los pies acarician los suelos de esta recién conocida ciudad de columnas.
Querré volver a Bolonia, a esta Italia que regresa de otros tiempos, caminar sus columnas imaginando mundos, recordando versos, iluminando historias.
Y en el descanso, desde una ventana, mirar las columnas y el tiempo.
Bella Bolonia, nueva ciudad de columnas.