Hay viajes para los que no necesitamos billete, ni trasladarnos a otro lugar. Hay momentos fugaces en los que uno se deja transportar por la imaginación y viaja al espacio más recóndito del planeta de la mano de un espectáculo, de la literatura, de cualquier creación artística. Esos momentos navegan en las aguas de la belleza, permiten que podamos ser otros, vivir las aventuras y desventuras de personajes de ficción de la mano de su creador. El más maravilloso de los viajes. Son momentos en los que somos y no somos, estamos y no estamos. La realidad se ausenta un rato y emprendemos viaje a otros mundos, a otras historias. A veces, a cuentos.
Entras en la taberna y te recibe una barra alargada. Enfrente, mesas. Parece que todo acaba en este espacio inicial, pero no, al fondo a la derecha hay una pequeña sala. Alrededor de cuarenta sillas colocadas frente a un escenario no demasiado grande, esperan. Al cabo de un rato, la sala ya llena, con el público mirando hacia ese espacio rodeado de cortinas. Un hombre joven sube al escenario desde el público. No hay apoyo escénico alguno. Empieza a hablar. La palabra modula las emociones de la historia. Y el lenguaje no verbal acompasa el relato. Cuando han pasado cinco minutos las personas de la sala no están realmente sentados en sus butacas, se han trasladado de época, de país, acompañando a Hector Urién, más que narrador de cuentos, mago de la palabra.
Sucedió allá por el año 800. Según parece un escritor dedicó recopilar los cuentos que se venían narrando oralmente chinos, persas, indios y añadió otros árabes. Así nació Las Mil y una Noches. Héctor cada noche de martes narra un cuento de esta obra inclasificable y nos traslada a los mundos de Scherezade, allí nos deja conocer en cada sesión uno de los cuentos de la obra. La emoción de su voz, se convierte en la emoción del público (*). Cuando acaba el cuento, quieres otro y luego, otro más, para sumergirte en esos mundos lejanos. Pero la sesión acaba… y el relato se interrumpe hasta la semana siguiente.
La voz y el gesto, junto a la calidad de la historia, son el único apoyo del narrador. Sentada entre el público, de vez en cuando vuelvo de los mundos de Scherezade a la realidad y pienso que, en el fondo, todas las creaciones escénicas y cinematográficas basculan en dos elementos: una buena historia, bien contada. Dicho así parece una simpleza, pero es extremadamente difícil conseguir una óptima combinación de estos dos aspectos.
Héctor Urién cuenta una historia magnífica y lo hace estupendamente. Habrá que volver a verle más de un martes durante los próximos 20 años que calcula tardará en terminar de contar «Las Mil y una Noches». Ojalá después de las funciones futuras vuelvan a repetirse conversaciones tan interesantes como la que vivimos ayer sobre cuentos de distintas regiones con varios narradores y especialistas en literatura oral, gente que «vive del cuento», como también lo hacemos todos los que de una manera u otra nos dedicamos al cine, a la literatura, al teatro… vivimos de contar historias. Benditas sean.
«Cuéntase que en la antigüedad hubo un rey entre los reyes de Sassan, en las islas de la India y de la China…» (Las mil y una noches).
(*) Héctor Urién narra todos los martes Las Mil y una Noches en la taberna Alabanda de Madrid.