El verso viene al azar. No se espera. No se busca. Ocurre. Como ocurren el amor o la muerte. No se anuncian.
Llega el fogonazo, una frase, un racimo de palabras que se esparcen y germinan la idea. Y te pilla haciendo la compra, poniendo la lavadora o de camino a algún sitio. Y sabes que está ahí, que tienes que coger lo que tengas a mano para apuntar, para seguir, para quitarte de encima la tensión que genera ese impulso inicial.
No hay caminos y cualquier palabra es un camino. No hay fórmulas, el verso brota desde la emoción, desde la improvisación.
No soy poeta, pero escribo poemas, que llaman a la puerta sin avisar. Las últimas veces el autobús ha sido testigo del arrebato de la palabra y me he visto obligada a anotar rápidamente en el móvil la frase o frases. Cuando no puedes continuar en el momento, es como si tuvieses pendiente la cita más importante de tu vida, estás deseando terminar lo que sea para continuar escribiendo.
Cae noche.
Muere estrella.
Que venga ya la mañana,
borre inviernos y quimeras
y crezca la verde espiga
y sueñen mares y nubes
con soles y primaveras.
Que nazca en mi la sonrisa
helada en la tarde de un febrero
de certezas y miserias.
Cae noche
Llegará pronto un verano
y volveré,
noche,
a besar tus labios dulces
entre sábanas de arrebato
y a bailar contigo,
estrella.
Este esbozo de poema nació en un autobús de la línea 2 de Madrid. Esos fogonazos de la palabra tienen un paralelismo con la fotografía. A veces caminas por la calle y, de repente, algo llama tu atención, lo encuadras, tiras del móvil y captas ese momento (mi cuenta de instagram guarda unos cuantos de estos «momentos»). En realidad me gusta hacer fotografías por encuadrar, que es una labor esencial en la dirección de cine. Las nuevas tecnologías ponen fácil la práctica.
Versos, tomas… No soy poeta. No soy fotógrafa. Pero todo forma parte de lo mismo. El cine, compendio de artes, de palabra e imagen. Los versos, las tomas, aunque no lo parezca, son una forma más -bella forma- de acercarte a la pasión del cine.