Tiene más de 90 años, pero no lo parece, juega la vida con la sabiduría del viejo, con la inquietud del adolescente. Juega cuando charla sin parar en una entrevista de horas en la que se va desgranando una biografía sin desperdicio. Juega con los objetos (dibujos, fotos, recortes de periódicos, revistas, libros) diseminados en su despacho. Juega caminando las calles hacia la comida sana que practica y defiende. Juega y apura el día a día.
Elías Zamora grabó varias películas en formato super ocho en los años 60 y 70. Pudo ser cineasta, o escritor, o pintor, porque en su biografía agitada practicó cine, escritura y pintura. Su inquietud le llevó a lanzarse a mil aventuras fascinantes. Sus películas tienen la ingenuidad del que no ha aprendido el cine en ninguna escuela. También el valor de la descripción ágil, lograda con un montaje realizado desde la propia cámara, es decir, sin ningún tipo de edición: la película se filmó en el orden de montaje, sin recorte temporal alguno, sin retoques.
«El pan de La Mancha» es uno de los títulos de Elías (se puede visionar arriba en el enlace). El cortometraje tiene un valor antropológico innegable. Nos traslada los procesos de trabajo en el campo hace no demasiado tiempo, pero en otro siglo, antes de que los avances tecnológicos cambiasen radicalmente estas tareas. Es un documento muy valioso para diversas disciplinas.
El cine amateur tiene un papel destacado como testigo de una época. Nos devuelve retratos reales de costumbres, ceremonias, modos de vida. Hay que prestar atención, buscar y valorar este tipo de materiales que nos devuelven fragmentos de nuestra historia, habitualmente los más vinculados a la vida cotidiana.
Es una suerte haber podido conocer a Elías y sus películas, charlar con él de tantas épocas, de tantas cuestiones. Una suerte que tengo que agradecer a José Manuel Pedrosa, filólogo, folklorista, amigo, que investiga y graba tantos temas vinculados a literatura oral y a la cultura popular. Por supuesto, también a José Javier Martínez, apasionado de la fotografía y de cualquiera de estos temas. Es una fortuna poder acompañarles, aunque sea muy esporádicamente, en alguno de sus viajes de búsqueda de historias y fiestas populares. El aprendizaje está asegurado. También risas y descubrimientos inverosímiles, como las mejores torrijas del mundo (excluyendo las de la madre de cada uno) en un sorprendente bar de carretera.
Y a Elías y a su familia, mil gracias por todo. A jugar el día a día.