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Cine y escritura

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Los rostros de todo el mundo navegan en las redes sociales del mundo interconectado que vivimos. No conocemos de nada a un montón de gente que tiene acceso a nuestros archivos, visualiza nuestras fotos, atisba retazos de nuestra vida. Personas totalmente ajenas se encuentran en la representación que supone una fotografía en facebook, twitter, instagram o cualquiera de las redes sociales.

Me encanta hacer fotos, ni que decir grabar imágenes. Soy feliz cuando grabo.  Sin embargo, no me gusta posar : compostura falsa, gesto forzado, sonrisa preparada. Las personas que somos no llegan a aparecer  en los retratos preparados. Las fotos que se realizan cuando uno está abstraído y no ve a alguien pulsar la cámara, son las mejores.

¿Y las grabaciones? Estar acostumbrado a estar detrás de la cámara  y pasar al otro lado, no resulta fácil.

Llegas al estudio de televisión. Entras en maquillaje. Al salir tú, ¿eres tú? Una capa de maquillaje que prepara tu rostro para la dureza de los focos te distancia de ti mismo. Te miras a un espejo y encuentras una versión un tanto sofisticada y algo distante de ti misma. No terminas de reconocerte. Una azafata amabilísima te acompaña por pasillos largos, que parecen pertenecer a naves industriales enormes, muy cinematográficos. Hay una reunión previa en la que el director del programa indica algunas cuestiones de la grabación. Ves a los otros participantes -alguno bien conocido por ti- con el rostro tan cargado de maquillaje como el tuyo. Os reconocéis en la extrañeza. Llega el momento de grabación, entráis en el estudio. A partir de ahí, desde el sillón que te corresponde, te sientes fuera de la vida real, en un planeta extraño. Observas a los demás entre focos. Parecen estar sentados muy lejos, a millas de distancia, aunque realmente están al lado. E intentas centrar tu cabeza -siempre curiosa, siempre capaz de dejarse ir tras un detalle- en el coloquio.

Cuando llega el día de la emisión, dudas entre encender el televisor -ver el programa montado, y verte-,  o no encenderlo -para no verte-. Al final te puede la curiosidad y ves el programa de refilón, mientras haces otras cosas, porque sientes un cierto vértigo. Verte es observar cada detalle y hacer autocrítica.

Observas a alguien parecido a ti en las distintas intervenciones en el coloquio. ¿Se puede ser natural ante una cámara? ¿Se pueden parecer las respuestas a lo que contestarías tomando un café con amigos? ¿Puede uno olvidarse de los focos, de las pautas, de mantener una postura correcta? Seguro que es posible acercarse, con el tiempo y la experiencia, pero siempre habrá una distancia con nuestra forma de manifestarnos en otras situaciones.

¿Cuántos roles jugamos en nuestro día a día? Somos distintos como hijos, como padres, como amigos, como vecinos, en nuestro trabajo, en distintas facetas de nuestro ocio. En cada situación, con cada persona con la que nos relacionamos. Jugamos decenas de roles en nuestra vida cotidiana. Nuestro relato, nuestro lenguaje, nuestra actitud es distinta.  En el rol de participante en un programa televisivo, cuando conoces el medio desde detrás de la cámara y saltas al otro lado, te sientes como un actor farsante, quieres ser tú, pero te distancias de ti mismo por la extrañeza que te produce el entorno desde esta nueva óptica. Cada frase que dices parece ser de otro, quieres sintetizar y te trabas, quieres describir y cada frase parece vacía.

¿Quién eres? ¿Eres tú esa persona que habla en la pantalla? ¿O eres la espectadora del programa, trasteando por casa con una camiseta y unas zapatillas o despanzurrada en un sillón mirando de reojo el televisor?

El mismo día de la emisión, previamente, estuve en un encuentro literario. «Todo es ficción» dijo uno de los participantes, refiriéndose no solo a la escritura, sino a cada situación que vivimos. La vida cotidiana es una ficción que escribimos día a día como podemos. Hay renglones que nos vienen dados, pero en buena parte somos creadores de las distintas ficciones -un gran rango- que componen nuestra vida. En un programa de televisión tan solo se crean otras ficciones. Y cada uno de los participantes entra en esa ficción como puede.

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Gracias al equipo de «Historia de nuestro cine» por esta experiencia.

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