En la habitación de un hotel. El tiempo avanza lentamente entre estas paredes color crema decoradas con dibujos arquitectónicos. Esta noche he presentado «Ventanas» en la Filmoteca de Albacete y mi organismo ha puesto en marcha un proceso de aceleración que el cansancio no es capaz de detener. Mientras encuentro el sueño, escribo y recuerdo una historia personal que me ha emocionado. Ha ocurrido hace solo un par de días, mientras estaba trabajando en un evento de cine.
Cuando colocas la información de una actividad en redes sociales, no te detienes a pensar en quién puede responder a esa promoción. Si acaso se te ocurre que pueda asistir gente con la que te relacionas ahora. Pero a veces hay sorpresas.
Entre película y película del evento apareció una compañera de colegio. Venía a ver una sesión, a verme. Finalizada la etapa escolar apenas hemos tenido trato, fuera de algún encuentro casual en el que se ha producido un intercambio somero de noticias. En todas las ocasiones hablábamos de quedar un día, pero pasaba el tiempo y no ocurría, e iniciábamos el ciclo con un nuevo encuentro.
Cuando terminó la sesión pedí a mi C. -mi amiga del colegio- que esperase unos minutos a que comenzase la siguiente, comprobamos que la película arrancaba sin problemas y fuimos a tomar algo rápido. Era el día 1 de mayo e hicimos un buen itinerario de bares cerrados. En el recorrido, me parecía volver al uniforme del colegio, a las salidas en tromba cuando llegaba el final de las clases. Después de un rato de búsqueda, conseguimos sentarnos en una cafetería un rato. En la conversación C. hablaba rápido, gesticulando. Como entonces. La veía con el pelo largo, fuerte, liso, peinado con trenzas, con coleta. Mientras me hablaba de su hoy, nos recordaba, niñas vestidas con los trajes de comunión, niñas con aquella falda azul plisada, jugando a la goma, a otro juego en el que se marcaban con tiza cuadros en el suelo y que se jugaba a la pata coja del que no recuerdo el nombre.
En un momento, C. me cuenta que está escribiendo el relato de su vida desde el hoy hasta dónde llega su memoria -las razones de esta escritura pertenecen a otra historia- y explica que en la narración de su infancia tengo un papel que considera importante. Las niñas que éramos corren por el patio del colegio, juegan al escondite en lugares de acceso prohibido, entran a la clase de matemáticas temiendo que la profesora les saque a la pizarra. Me impacta oírla.
Hay momentos que no son especiales por el entorno o por la situación. Hay momentos que te llevan a preguntas. Me pregunto cuántas personas insustituibles construyen el relato de nuestra vida; cuántas permanecen siempre; cuántas se pierden en el camino por falta de voluntad, ceguera, pereza de una de las dos partes, de ambas partes, de todos.
Me pregunto si hay personas para las que en un momento de vida hemos sido importantes y lo desconocemos. ¡Cómo me gustaría saber! O a cuántas personas no hemos declarado su destacado papel en un momento de nuestra vida. Los afectos no declarados, que se pierden para el otro, que perdemos al no darles voz. Esa ausencia de información por timidez, por orgullo, por temor, por cualquier cosa. Esa ausencia que puede significar un dolor para el otro, que ignoramos.
La vida acelera el paso y muchas veces nos arrastra en movimientos frenéticos que nos alejan de lo esencial, de las relaciones de todo tipo, de nosotros mismos.
Me doy cuenta de que si escribiese el relato de mi infancia C. también tendría un importante papel. Pero cuántas niñas de aquella época, amigas de infancia, se han desdibujado casi completamente en los avatares del tiempo.
C. habla de mi padre. Tantos años después se acuerda de esa serenidad que transmitía. Me emociono. Hablamos de las familias, del ayer y del hoy. Y hay un vínculo, a pesar del tiempo, a pesar de todo.
Y escribiendo estas líneas, soy la colegiada que se emocionaba con las redacciones y soñaba con ser periodista mientras jugaba a los detectives.
Llega el sueño. ¡Agradezco tanto a C. ese afecto del pasado que se hace presente! Agradezco el recuerdo, las preguntas, el impulso para declarar lo que muchas veces, absurdamente, queda para nosotros. Los afectos y el tiempo, las únicas riquezas.
Me descubro mirando la pared crema, buscando en el recuerdo los afectos no declarados de mi relato de vida. Quizás…
La maleta, en mitad de la habitación, recrimina a la niña que escribe. Hay que madrugar. Hay que regresar a Madrid temprano.
Buenas noches, buenos afectos.