lacalledelavida

Cine y escritura

 

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Las imágenes se suceden. La grabación tiene momentos destacables, otros que no merecen la pena, como ocurre siempre. Hay que estudiar cada toma, reflexionar, escoger.

En la pantalla aparece un pequeño pueblo de la Alcarria, nogales, olivos, un campo agreste porque se está dejando de cultivar, una calle larga en la que la vida transcurre tranquila, muy tranquila. En ella, una casa, protagonista de nuestro documental. La edición de «Demolición» avanza lentamente, sometiéndose a mis tiempos -escasos- a mis dudas -enormes-. El guion inicial, reposa sobre la mesa, casi olvidado,  la intuición nos lleva hacia otros caminos.

En la revisión de las horas de material grabado, llego a la imagen de un hombre delgado, con un jersey gris de dibujo desgastado, boina que se ajusta a la altura de unas gafas de cristal grueso que ocultan unos ojos azules que debieron brillar hace bastantes años. El hombre canta una copla a la virgen del pueblo, cuenta anécdotas desordenadamente, me piropea. Le gusta la cámara o, mejor, le gusta nuestra atención.

Una cámara en un pueblo de 70 habitantes concentrado en una calle, es muy visible. Una cámara que está situada varios días en el mismo lugar, frente a una de las casas del pueblo, protagonista de nuestro documental, es una presencia demasiado ostensible.

Juanpe, recorría todos los días muchas veces esa calle, del bar a su casa y a la inversa, y hablaba con nosotros en cada uno de los trayectos. A veces, interrumpía. Pero siempre encontraba una respuesta agradable de nuestra parte. Durante la grabación se convirtió en una presencia habitual que echábamos de menos cuando alguno de los días tardaba en aparecer.

Juanpe nos contó muchas veces que los servicios sociales le iban a llevar a una residencia pronto, en una localidad cercana. Siempre decía que si él no se encontraba a gusto, duraría un par de meses como mucho, porque se volvería al pueblo.

Juanpe posa para la cámara. Juanpe cuenta sus cosas a cámara. Juanpe quiere atención.

Han pasado dos años del final de aquella grabación que ahora ocupa mi pequeña mesa de edición.

¿Dónde estás, amigo? Cumpliste tu palabra. Te llevaron a la residencia y, un día, te buscaron y no te encontraron. ¿Qué pasó en aquel camino de regreso a tu pueblo, a ese trasiego habitual tuyo, calle arriba, calle abajo?

Quiero que sepas que estás muy presente en esta edición, que se me nublan los ojos cuando llego a tus planos,  que me alegra haberte conocido y haber oído tantas veces las canciones que repetías. Que no sé que voy a hacer contigo en esta edición compleja, aunque si sé que si finalmente apareces, será de una manera cuidadosa, como un pequeño homenaje, el único que podemos hacerte.

Mi imaginación vuela cuando pienso en tu huida de la residencia, pero quiero pensarte en los campos de lavanda cercanos e imaginarte allí caminando, entre los colores lila de un atardecer brillante.

Gracias, amigo.

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