En el camino a casa, un autobús varado en un atasco me obliga a un respiro largo en el que leo las noticias del día.
Las líneas curvas de la obra de Zaha Hadid, fallecida hoy, sobrevuelan las aceras de la Gran Vía, repletas de rostros desdibujados por la prisa del paso, y también por alguna mancha en el cristal. Observando las fotos de su obra en el móvil pienso que si no sintiese pasión por el cine y la escritura, la arquitectura sería mi opción. Me fascina asomarme al mundo de creación de los arquitectos. Ojalá uno pudiese vivir varias vidas y tuviese oportunidad de transitar distintos mundos profesionales, distintos espacios, conocer, profundizar, probar, revivir. El tiempo ha transcurrido en ese encierro revisando la impresionante obra de Hadid. Después de un rato, he repasado otras noticias y he llegado a la información de la muerte de Kértesz.
Sobrevivir a Auschwitz. «El Holocausto es el hundimiento universal de todos los valores de la civilización», leo esta frase del Nobel húngaro y regreso en el recuerdo a la entrada de Auschwitz en una visita, un día de nieve de 2015. Algo te sacude, sientes una mezcla de vértigo, asco, verguenza… una sensación de repulsa que recorre cada centímetro de tu cuerpo (y decides grabar desde esa emoción, en el aquí y ahora). En un sentido opuesto, tiene algo que ver con la visceralidad del amor, con ese sentimiento incontrolable que te sacude, literalmente, al ver a la persona que amas y que te eleva, pero a la vez te hunde, en el espacio diminuto que ocupan tus pies. Y en ambos casos, con la tremenda sacudida, la respiración se entrecorta, el cuerpo es pura tensión. Y reaccionas. O no.
La palabra fue probablemente bálsamo y cura para Kértesz. Palabra que traslada el testimonio de su vivencia en el campo de concentración. La constatación del horror. Queda la memoria. Queda la palabra.
La línea, la estructura, el espacio fue el mundo de Hadid. En los paisajes de la arquitecta, tan diversos, se dibujan los planos de lo que probablemente quedó por hacer, la sombra de las construcciones que le sirvieron de inspiración. ¿Se conocieron, siquiera remotamente, Kértesz y Hadid en vida?
Morir a la vez que otros tiene algo de enigma. Ojalá pudiese haber encuentros en ese tránsito al no ser. Viajar de la mano de alguien que abandona el barco en el mismo momento. Ojalá en ese trayecto de mares extraños se pudiese hablar de palabras, líneas y espacios sin la estúpida tensión de un autobús varado en la Gran Vía, esperando que el paso del tiempo haga que el trayecto continúe.