Nevaba. Hacía un frío de invierno crudo y era abril. Mucha gente en la entrada del recinto. Tanta gente. Como en la mejor exposición de un museo importante. Como en el estreno de una película muy esperada. Y sin embargo, lo que había, lo que hay en ese lugar, pertenece a una realidad que quisiéramos borrar.
¿Por qué allí?
Quizás sea verdad que uno es aquello que fue, que vivió en los territorios de la infancia, de esa primera juventud que llevamos estampada en el rostro, que va difuminándose milímetro a milímetro de la piel al cabo del tiempo, hasta que llega a la mirada, la atraviesa y, a veces, la deja como una bombilla a punto de fundirse.
Recuerdo libros de historia. Recuerdo el impacto de las lecturas sobre aquella época. Recuerdo no comprender el horror, ese espacio vacío de luz que ocurrió allá por Alemania, hace no tanto tiempo.
¿Por qué una historia, esa historia?
Dónde nace una historia. Dónde se tejen los guiones, los encuadres, el vértigo de un plano que sucede a otro plano y provoca que una duda suceda a otra duda. El miedo al vacío que provoca la incertidumbre de cualquier creación, engancha. Los directores respiran mal sin la inquietud del plano.
Hay historias que se tejen lentas, hay que realizar un entramado complejo y pulido para cerrarlas. Otras, las menos, nacen de una necesidad casi espontánea de ir hacia adelante sin rumbo ni brújula, en la confianza de hallar un buen camino después de serpentear por los senderos.
“Ventanas” estuvo en mí mucho tiempo, quizás desde los días de adolescencia en que empecé a leer libros de historia. Y sin embargo, fue un arrebato ante el cartel del miedo: “Arbeit macht frei”; ante la mirada a través de una ventana de aquella cárcel de terror, que pronto deja de ser mi mirada, y se convierte en la mirada de gente que pasó por aquel lugar y observó a través de ella un paisaje de muerte. La mirada del otro que cautiva tu mirada, roba el plano, lo hace suyo, lo empapa de emoción.
¿Por qué contar sin contar?
La emoción puede más que las palabras. El relato descriptivo de cualquier historia puede leerse en los libros. Transmitir la emoción de un momento no es fácil, pocas veces se logra. Pero, ¿para qué contar lo que encuentras en un manual? El riesgo es asumir que la mirada de los otros ha secuestrado tu mirada y que no tienes idea de qué rumbo tomará el material que estás grabando que tan sólo es una visita a Auschwitz, a través de sus ventanas, de la nieve, del viento que silba en ese lugar donde vivió el terror, muy cerca de la belleza de Cracovia.
¿Por qué?
Porque un día de abril, nevando, con el frío metido en los huesos, empecé a grabar y supe que la mirada de otros había secuestrado mi mirada. Así nació “Ventanas”. Un trabajo pequeño, un humilde homenaje a todos los que guiaron mi mirada en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenaw.
Gracias por tus escritos…. siempre llegan tan hondo….
Muchas gracias por leerlos, Marina!
Yo estuve en Buchenwald y no lo olvidaré nunca. La tristeza plomiza del lugar y el negro profundo de sus celdas, el silencio. Todo eso lo he recordado al ver las imágenes de Ventanas: el horror que ya ni chilla, solo sobrevive allí, impregnándolo todo.
Los espacios guardan memoria y, efectivamente el pasado está allí y te traspasa. Un abrazo, Ana Clara!
Emociona tu trabajo Pilar y más cuando has estado allí y has respìrado y percibido todo el sufrimiento que hay entre esos barracones. Un horror del que el mundo en ese momento no fué consciente y del que, por desgracia, quedaron pocos y pocas para contarlo.
Esos barracones guardan la memoria de miles de personas que vivieron y murieron en el terror. Y aún se respira como tuviste oportunidad de ver.
Muchas gracias, Charo, por el comentario!