No veo a nadie aunque estoy rodeada de gente. Sólo siento que el sol, intenso y abrasador, me atraviesa. Parece concentrarse en mi cuerpo y negarle el pensamiento, la emoción.
No siento nada. Nada. Únicamente calor. Mi cuerpo arde y se mantiene en pie por un efecto inexplicable. Porque realmente mis manos, mis piernas, mi pecho, mi espalda, mi vientre, todo mi organismo se hunde en el suelo, calcinado, y nadie parece darse cuenta. No entiendo cómo el brazo de mi hermano Carlos, rodeándome, no arde. Probablemente también él se está abrasando y no puedo percibirlo. Pero su tacto no transmite calor, me traslada el hielo de la distancia y el silencio de años. En este instante somos hielo y fuego, aunque caminemos juntos, abrazados, bajo este sofoco del mes de julio.
La comitiva avanza con nosotros al frente. Carlos y yo ralentizamos el paso. Caminamos despacio, cada vez más despacio, quizá queriendo retrasar unos momentos lo inevitable. Nuestros cuerpos quisieran dejarse vencer, hielo y fuego, pero continúan acercándose lentamente hacia un agujero cavado en la tierra.
Nos detenemos. Observo la oscuridad de esta hendidura en el suelo que rompe la tórrida luz que nos envuelve y, durante unos instantes, siento vértigo. El calor aumenta más y más. Quizás el infierno simplemente sea esto.
Poleas. Operarios. En un lateral, preparada, una lápida con una inscripción breve: “Paz eterna”.
La madera se deja caer y anida en el suelo. Observo, aturdida, calcinada, la caja que encierra el cuerpo de mi madre hundida en la tierra.
No existe, mi madre no existe más, y ayer respiraba. Y yo no siento nada más que un inmenso y sofocante calor que se agudiza, que me quiere vencer.
No puedo mirar a Carlos, no veo a nadie, no siento nada.
¿Es esto la muerte? El calor, el hielo, el suelo, la oscuridad, la arena, la nada.
Mi madre vivía ayer. Hoy su cuerpo duerme en esta caja de madera sobre la que lentamente cae la arena. Grano a grano, cae, y yo no siento nada. Puede con el fuego y con el hielo, la arena lo cubre todo. El sonido que produce al chocar con la madera se amplifica y retumba dentro de mí. Cada uno de estos impactos, cada golpe de arena, entierra a todos los que estamos aquí, aunque parezca desplomarse únicamente sobre la caja en la que yace, sin vida, muerto, el cuerpo de Carmen, mi madre.
Y ya no siento nada, ni siquiera calor.
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Quería compartir con vosotros el inicio de esta novela que inicié hace tiempo. Se admiten comentarios.
Saludos a todos.
Y si el sueño de Brihuega lo hicieras compaginar con el inicio de esta novela?