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Cine y escritura

Los pasos resuenan en el mármol de la sala de exposiciones.

 

Lentamente la mirada se traslada de una obra a otra y, a veces, abandona lo inmediato y se alza hacia la bóveda, espléndida, del edificio. El espacio en que se desarrolla una exposición determina la propia exposición, igual que el lugar en que vivimos condiciona, de alguna manera, nuestra vida. En este caso, las obras parecen haber encontrado un alojamiento adecuado. Un lugar de interés arquitectónico que acoge obras que tienen como protagonista la arquitectura. Una suma.

 

El pavimento continúa marcando el sonido de las pisadas. El espacio reúne una selección de obras de los últimos cinco años de un artista. Fotografías próximas a la pintura abstracta nos acercan la mirada de José Manuel Ballester que hurga en rincones, composiciones de algunos edificios de Madrid, Beijing, Río de Janeiro, Brasilia o Shanghai. En diferentes tamaños y formatos el autor nos acerca su universo a través del retrato de obras arquitectónicas contemporáneas.

 

Cuando uno entra en una catedral y tiene la suerte de que no esté repleta de gente, le embarga una sensación de pequeñez y de soledad al mirar alrededor. La majestuosidad, empequeñece. El ser humano sintiéndose diminuto ante la idea de dios, ¿era esa la sensación que se producía en las gentes del Renacimiento o del Barroco al entrar en estos recintos? En otros edificios de carácter civil, como los palacios, la barrera de pertenencia o no pertenencia a una clase, al poder, era transmitida a través de la construcción.

 

Y ahora, ¿qué sentimos al atravesar espacios de los grandes edificios de la contemporaneidad?

Ballester nos traslada una reflexión sobre el espacio y el tiempo a través de unas obras que “abstraen” de la realidad de los edificios, sin presencia humana, una sensación de vacío contemporáneo. Las fotografías parecen, en ocasiones, un decorado que busca que el espectador imagine la acción o la inacción. La lectura de soledad o de posibilidad dependerá de cada uno.

 

Admirando estas fotografías, no puede uno dejar de observar el encuadre, el marco que determina la mirada del autor que elije un fragmento de la realidad del edificio y no otra, posiciona la cámara de una determinada manera y deja fuera de su campo cierta información que no desea transmitir.

 

Los cineastas han aprendido de pintores y de fotográfos este concepto: el encuadre. Han recibido lecciones de maestros destacados. Y sin embargo, a lo largo de este recorrido, pienso, contemplando estas fotografías maravillosas, lo difícil que resulta para un artista demarcar esa realidad. Ahí radica en gran parte su singularidad. Es una elección que determina la visión del artista.

 

Si en pintura o en fotografía es complicado determinar los límites del cuadro, parece aún más complejo en el cine, ya que en el interior del «marco» el estatismo se cambia por el movimiento: entradas y salidas de personajes, movimientos de cámara, etc. El autor señala el foco de atención, pero tiene que tener en cuenta lo que va a ocurrir dentro de ese encuadre, un espacio que marca un tiempo. Además, no puede olvidar nunca que hay realidad en cada uno de los cuatro lados del encuadre (el off del cine, maravilloso cuando se utiliza acertadamente), que también hay una realidad no revelada detrás del decorado y otra más, que no debe percibirse: la que ocurre en el lado del director.

 

Cada plano que vemos en el cine es resultado de miles de decisiones, pero una de las más determinantes para el director es el encuadre.

 

Mirando a través de la lente de Ballester los edificios del presente, la reflexión sobre cine y arquitectura nos acompaña a lo largo de este paseo por sus obras. El cine crea mundos con que soñar, la arquitectura mundos para vivir. Un lazo singular parece unir estas dos profesiones en realidad tan dispares. Reconozco que la arquitectura pudo ser una opción de formación y profesión alternativa al cine.

 

Pensando en el riesgo del encuadre, en las sensaciones de la arquitectura actual y sintiendo admiración por la singularidad de la obra fotográfica de Ballester y su transmisión del espacio contemporáneo, los pasos, mis pasos, se pierden camino de la salida.

Nota: Escrito tras la visita a la exposición «La abstracción de la realidad» de José Manuel Ballester en Madrid.

2 comentarios en “EL ENCUADRE

  1. Luis Mancha dice:

    Tienes más razón que una santa (suena un poco extraño el dicho cuando le cambias el género no? :), cosas de lo políticamente correcto). Siempre que veo los encuadres de algunos directores, me viene a la cabeza el caso de Stanley Kubrick en Barry Lyndon, pienso en cómo se puede componer un encuadre hasta llegar a ese nivel de hipnotismo. Parece que tiene algo de mágico, de místico, algo así como el shaman que sabe tocar los elementos simbólicos que componenen los mitos colectivos que componen nuestro cerebro para atrapar al espectador. No sé explicarlo mejor 😦 Pero me gustaría saber tu opinión como cineasta…

  2. Creo que te has explicado muy bien, Luis.

    En la manera de encuadrar, aparte de mostrar conocimiento del lenguaje cinematográfico, parecen mezclarse muchos elementos.

    La psicología de la percepción puede que tenga que ver bastante con todo esto. El director al encuadrar (y al tomar otras decisiones aparentemente de «forma») está plasmando su mundo interior, a la vez que intenta recrear para el espectador el mundo interior y exterior de los personajes protagonistas de su película.

    La percepción es un tema psicológico complejo en el que probablemente juegan elementos del entorno, experiencias y personalidad de cada uno, a la vez que todos estos aspectos juegan entre sí. La percepción del director conforma mundos que luego dependen, llegado el momento final de la exhibición, de la percepción de cada uno de los espectadores. Todo un asunto cómo se llega a realizar una obra artística, qué elementos juegan en la creación por parte del artista y cuáles en el modo en que recibe el espectador la obra.

    Forma y fondo son partes de un mismo todo. El encuadre, pareciendo estar más cerca de una decisión estética, es una decisión crucial para revelar de un modo u otro los contenidos y, como hemos dicho, la psicología de los personajes. Y por supuesto, una decisión ética y quizás, aún más, cuando hablamos de cine documental en la que el personaje que tenemos delante de la cámara no es un actor y, dependiendo del encuadre (entre otras cuestiones) podemos mostrarle al mundo como un héroe o como un villano.

    Hablas de Kubrick. Los artistas son así, transmiten magia a través del encuadre. Los demás nos tenemos que conformar con intentar aprender un poco más cada día.

    Muchas gracias por tu comentario y discúlpame una respuesta tan larga y probablemente poco clara.

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