lacalledelavida

Cine y escritura

La luz parpadea. Uno de los fluorescentes del techo parece tener una conexión desajustada y su zumbido, constante, se amplifica en la cabeza de Elena. Su mirada, cansada, permanece detenida en una cortina verde, algo arrugada, con la que se pretende aislar el espacio. Ondea y el impacto de la luz vibrante va creando gamas de color. El verde se diluye mientras las pupilas de Elena, dilatadas, viajan a un pasado muy reciente.

Chispeaba. Elena recuerda que aquella mañana, al levantarse, miró por la ventana y observó el murmullo de la llovizna al chocar contra el cristal. Pronto sintió el abrazo cálido de Manuel, agarrándola por la espalda.

– Otra vez llueve.

Manuel pronunció estas palabras mientras sus brazos la envolvían. Así, fundidos, en silencio, permanecieron contemplando la lluvia unos instantes. Luego, como cada día, las prisas, la ducha, el café, las idas y venidas a la habitación. Lo de siempre.

– Parece que ha parado de llover. Te veo esta tarde. Volveré sobre las siete.

Esas fueron las palabras de Manuel desde la puerta, una semana atrás.

Elena en aquel momento se encontraba en la habitación, vistiéndose. El armario parecía ocultar la camisa que buscaba y no salió a despedirle.

– Luego nos vemos. Buen día – gritó desde el fondo de la casa.

Parece que ha parado de llover, eso dijiste, pero el suelo estaba mojado. Y pronto volvió a llover… No salí a despedirte, como otros días…no salí, no llegue a salir, ¡maldita sea!…Sobre las siete… dijiste que volverías sobre las siete. Si hubiese salido…El metro… ¿Por qué la moto? No te gusta conducir la moto cuando llueve. Nunca lo haces.

No te vi. No me despedí…

Elena agarra fuerte la mano de Manuel, inerte. Sus pensamientos trazan un bucle, mientras continúa absorta en los pequeños vaivenes de la cortina verde.

La enfermera rompe el hilo de sus pensamientos cuando descorre la cortina y avisa a Elena que ha concluido la hora de visitas en urgencias.

Elena se recuesta en la cama, sobre el cuerpo paralizado de Manuel, y se abraza a su cuello, lleno de vendajes. Besa sus párpados y le susurra, como cada día :

– Manuel, vuelve. Necesito verte, vuelve.

De espaldas, despacio, sin dejar de mirar todas las vendas que cubren a Manuel, Elena va dando pequeños pasos hacia la salida.

El verde lo inunda todo. Todo. Hasta que una mancha oscura entra en el campo visual. No tiene forma. Poco a poco, va cobrando nitidez, hasta que el verde se queda formando una especie de marco de la mancha. Se va dibujando el contorno de un cuerpo de mujer. Poco a poco la imagen se va aclarando. No cabe duda. Es Elena.

Atónita, en su rostro de marfil los ojos, siempre serenos, no lo son más. Agrandados, miran extasiados los párpados de Manuel.

Elena, inmóvil, vigila la mirada brillante de Manuel. Recibe, traduce, escucha, vibra. Una conversación se traza en el silencio. Manuel, con los ojos habla, abraza, susurra, anima.

Pasados unos instantes, Elena avanza lentamente hacia los ojos sonrientes de Manuel.

De golpe, los párpados de Manuel caen.

Elena grita y en ese grito está contenido todo el dolor del mundo.

Momentos después un tumulto de médicos y enfermeras atienden a Manuel.

Elena no ve nada, solo el verde de la cortina que a ratos se torna azulado, a veces, amarillento.

Mientras las lágrimas corren por sus mejillas, Elena también sonríe. Y permanece ausente, con el pensamiento encerrado en esa mirada pletórica de energía de Manuel, que le ha entregado un caudal de mensajes, caricias, abrazos y, quizás, despedidas. Mientras llora y ríe, Elena observa ese verde, que ya no es tan verde, de la cortina.

De golpe, en el techo, el fluorescente cruje y se funde.

3 comentarios en “EL FLUORESCENTE – AMORES MÍNIMOS – RELATO 13

  1. Alan Rulf dice:

    Final trágico personalizado en el fluorescente, tras la esperanza de recuperación puesta en una mirada llena de energía.

    Como la vida misma. Muy bonito.

    Saludos.

  2. Miguel dice:

    Muy «desgarrador2

    1. A veces te dejas llevar por un tono, por un momento. Quería salvar al protagonista, pero no, en esta ocasión el relato fue derivando y he abandonado el tono de optimismo que quiero que tengan los «Amores mínimos». Volveré a retomar el tono. Espero. Un abrazo.

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