El final es el principio.
La sala de cine vacía, la recepción y la taquilla, desiertas, marcan la melancolía del final.
Hay algo de huida en tus pasos atravesando el umbral de la puerta. Es como si el sonido suave de cada pisada hablase de tristezas y días, como si los ecos de las conversaciones y encuentros de las últimas jornadas en la entrada del cine -alguno, especialmente- reverberasen en las paredes, ya huérfanas de carteles anunciadores.
Un festival genera un mundo alrededor, o distintos mundos.
Qué difícil el acto de atravesar y cerrar la puerta de la sala de cine ese ultimo día. Las secuencias, sesiones, actos, talleres, encuentros, se dibujan en una película acelerada de recuerdos. Una buena edición, si. Logramos retos interesantes. Pero hay que soñar con el horizonte. Con avanzar.
Queda en la sala de cine el eco de la voz del presentador; el sonido, hermoso, de las películas; de la animada entrada del público; los ojos llorosos de algún director; la entrega al aplauso de los espectadores; el desparpajo de unas niñas presentado su película; las manos entrelazadas de una pareja madura acariciándose en el silencio de la sala; imágenes clavadas en la retina en este final del festival.
Y la noche es más noche al salir.
Y el centro parece desierto cuando entras en el coche y observas de reojo la fachada de sala, los fantasmas de la emoción, del público.
La ciudad no te mira, mientras atraviesas calles y plazas.
Y sientes el vértigo del tiempo -pero, ¿ya ha pasado una semana/Semana?
Regresarán días de luz y proyecciones. El final nos lleva al principio… De otro festival, del disfrute, de la intensidad.
Nota: Muchas gracias a todos los espectadores, directores, equipo de la Semana del cortometraje. ¡Muchísimas gracias!