Árboles de flores ocres y sombra tímida
dejan caer una lluvia suave de hojas espigadas sobre su pelo.
El grupo avanza por una senda de madera que atraviesa las lagunas.
Aguas que emergen desde recónditas profundidades,
de lugares que han visto nacer y hundirse viejos continentes,
de espacios donde el origen del mundo, agazapado, guarda cobijo.
Calcula mal las distancias.
Camina deprisa,
a pasos cortos,
a veces desiguales,
sobre aquellas tablas que ocultan las fosas del tiempo.
Sola, detrás.
Sola, sin perder de vista la sombra del hombro de él
que avanza delante
sin aminorar el paso
ni mirar atrás.
Sola.
Una punzada de dolor atraviesa su vientre.
Cae al suelo.
El grupo y él continúan un avance uniforme.
Cada vez más lejana
la sombra del hombro de él.
Con un dolor de siglos,
acurrucada sobre las maderas
observa el agua
sin percibir un atisbo del fondo
Levanta la mirada, honda,
y no alcanza a ver el hombro de él.
Cierra los ojos.
Se desvanece.
Su cuerpo encogido,
en el apunte de la puesta de sol
se convierte en un haz de luz.
Brotan alas de un rojo intenso donde estaban sus brazos
Su piel se transforma
Tejidos, vísceras, huesos, músculos
inquietan a la naturaleza con su cambio.
En el momento en que el sol empieza a desaparecer en el horizonte
Justo en el lugar donde cayó el cuerpo de la mujer sola
una bella mariposa roja bate las alas.
Lentamente, sobrevuela la laguna
hasta posarse en unos juncos.
La mariposa, sola, espera.
Las tablas de madera empiezan a vibrar.
Los pasos del grupo resuenan cada vez más cerca
con ritmo uniforme.
La mariposa inicia, tímida, el batir de alas,
despega hacia las nubes,
y, como una estrella roja fulgurante,
desciende en espiral hacia el grupo.
Aletea alrededor de él que,
fascinado por la luz rojiza que brota de sus alas,
observa el vuelo delicado
antes de posarse en su hombro.
Queda camino aún
La mariposa avanzará junto al hombre
paso a paso,
hasta el encuentro con el anochecer del tiempo.