El paisaje desde el tren es menos paisaje desde que la alta velocidad nos traslada de un lado a otro. Detrás de la ventanilla todo pasa como una exhalación. Resulta imposible captar el detalle, la esencia, pero eso si, alcanzas tu destino en un abrir y cerrar de ojos. El beneficio de la rapidez del viaje, lleva consigo la pérdida del propio concepto de viaje: observar, degustar el trayecto, compartirlo con quien te rodea, que el camino aporte algo nuevo. La prisa como engranaje de la sociedad actual parece engullirnos, ganamos tiempo, pero sacrificamos mucho, en este caso, la clave del propio viaje. Recordemos aquellos largos trayectos en vagones donde se compartían tortilla y conversación. Ahora nos encontramos en el polo opuesto.
Llegamos a Málaga y casi todos los pasajeros parecen poseídos por una especie de frenesí por agarrar la maleta, atravesar la puerta y salir deprisa y corriendo, aunque el objetivo de la mayoría sea disfrutar de unas vacaciones.
MÁLAGA
Uno es de donde se siente. El «lugar en el mundo» de cada cual no tiene por qué coincidir con su localidad de nacimiento. Yo no he nacido en Málaga, pero aquí han transcurrido esos veranos de infancia y juventud que muchas veces marcan tu vida. Así es que, tengo el «corazón partió» entre esas calles del centro de Madrid y de Malasaña, que son «las calles de mi vida»; la belleza de La Habana Vieja, donde tuve el privilegio de vivir el rodaje más doloroso y más satisfactorio de mi vida; y la luz y el mar de Málaga que necesito respirar cada cierto tiempo.
LAS CASAS FAMILIARES
Los espacios parecen apropiarse del espíritu de quien los han habitado. Entro en la casa familiar y las paredes parecen narrar historias, susurrarte al oído esas frases de consejo que un día ignorabas y hasta odiabas y hoy atesoras y a veces te sorprendes repitiendo, haciéndolas tuyas. Y sientes que tu infancia, la niña que eras corretea por el pasillo, te recibe y te mira como diciendo, «has vuelto, siempre vas a volver», mientras voces que ya no están te dicen, » mira que tienes que descansar, que no puede ser ese ajetreo que llevas».
En casa, otra vez, en casa.
EL PUEBLO. MIJAS
Y al día siguiente sales a la calle. Y encuentras el blanco de las casas aún más blanco. Esa blancura que quema la vista permanece a pesar de avatares y crisis y te sugiere la confianza de que pasado y futuro se abrazan en elementos como este y, también, un ápice de esperanza. Paseando descubres los rostros conocidos, en los que el tiempo va escribiendo su historia, y recorres calles que ayer marcaron tu infancia, rincones que atesoran anécdotas y momentos que no vas a olvidar nunca. Calles que fueron, son y serán también las calles de tu vida.
Y el sol de agosto cae a plomo sobre el pueblo, encalado, hermoso.
Has vuelto y, es verdad, siempre vas a volver. A casa.