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Cine y escritura

A veces vuelves a ser la niña que escribe redacciones sobre el mundo alrededor o la adolescente que fotografía ventanas. Regresan esos seres que fuiste y que están en ti, que te acompañaron por los largos paseos fotográficos que hiciste en el Madrid de pandemia. En esos días que ahora parecen lejanos, todos éramos a veces esos niños que aún no entienden el mundo pero quieren desentrañarlo a base de preguntas para las que no se encuentra respuesta.

A veces siento bajo mis manos la madera de la mesa del comedor donde imaginaba el mundo de las escrituras para el colegio y vuelvo a subir al último piso del edificio de Malasaña donde vivía mi familia para retratar una ventana, la que más me gustaba, a través de la que se veían los tejados de esa Malasaña que tanto recorrí en los tiempos del covid.

Una cámara es, a veces, un artilugio que pone distancia ante lo que está a unos palmos de tí. Un pequeño muro para la emoción, que se vuelca en la luz, en el encuadre, en esa mirada propia que cada uno transmitimos a través de nuestras fotos. El teclado de un ordenador, antes un bolígrafo, te acercan y te alejan de eso que llevas dentro y necesitas volcar a través de palabras y frases.

A veces todo confluye y la niña que fuiste y la mujer que eres caminan de la mano por las calles de un Madrid vacío apoyándose una en la otra para seguir el camino y retratar la ciudad como nunca la habías conocido.

Alguna vez todo se mezcla, las ventanas de la infancia, el caminar de la pandemia, la escritura sobre la madera de las diferentes mesas que han sostenido las líneas de tu imaginación. Y todo concluye en un libro que late entre tus manos cada vez que lo sostienes, porque allí, lo sabes, está retratado el aprendizaje del camino andado, el aprendizaje que aún queda, porque ahí está la vida del Madrid que fui y también quien fuiste tú mucho antes de la pandemia.

Nota final: Hoy caminaré por el Retiro camino del stand de la Librería Ocho y Medio donde firmaré Distancia social, que es para mí mas que un libro.

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