Una mirada. Un paisaje. Una noticia. Un encuentro. Un suceso familiar, cercano o lejano. La lluvia que cae ahora mismo al otro lado de la ventana.
Ahí está, y en otros infinitos lugares. El origen de la creación. El nacer de una historia. Ahí, donde empieza todo: el teatro, una novela, una pintura, una melodía, el grito de un poema, el riesgo de una película.
Todo está alrededor. Todo está en uno mismo. El latir de las historias.
Pero antes, la necesidad de contar. Tan antigua. Porque el ser humano «es» en relación a los otros. Y, entre medias, en el límite entre tú y el otro, las historias propias y ajenas. Relatos -en cualquier formato- que comunican, enseñan, entretienen, mueven a la reflexión, a la emoción, a la empatía, al asombro… al sueño y la vigilia. A crecer.
Somos las historias que nos contaron, las que contamos.
Cuando creamos, retratamos nuestros mundos, incluso adaptando las historias de otros. Y el mundo crece con la creación de todos.
Mirando el caer de las gotas de lluvia en el cristal pienso en las historias en el cine, su complejidad. Escribir para la imagen. Escribir para que otros interpreten y lleven a la pantalla tu historia. La enorme generosidad del primer creador de una película: el guionista.
Secuencias de lluvia, de tormentas en parajes recónditos, en el centro de las más abigarradas urbes… en el origen, quizá, una tarde de domingo cualquiera en que el guionista mira por la ventana.
Apasionante el origen de cualquier creación pero estos días, mientras preparamos una semana muy dedicada al guion – Encuentro de Desarrollo de Guiones y MadridCreaLab- pienso en el doble salto mortal de los guionistas que desconocen el destino final, cómo equipos amplios de profesionales, serán capaces de poner en escena esas páginas escritas con tanto esfuerzo.
Qué gran suerte. Esta semana viviremos en el lugar DONDE NACEN LAS HISTORIAS, las del cine.
Y sigue la lluvia.