lacalledelavida

Cine y escritura

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Una vez, parece que ha pasado mucho tiempo, pero no ha sido tanto, conocí a una mujer sonriente y menuda que ha inspirado este relato.

Recuerdo cruzarme con ella en los pasillos de la residencia donde estuvo ingresada mi madre. Cuando cuidas de un enfermo de Alzheimer, conoces historias fascinantes. Y después de vivir circunstancias en las que alguien a quien quieres pierde la memoria de su propia vida y no conoce a su familia, todo cambia. Nada puede ser tan duro. Pocas cuestiones son realmente importantes. Eres fuerte. Sonríes. Como Mercedes, la protagonista de este cuento, que pronto se publicará en el libro «Amores mínimos». Os dejo con el cuento.

EL VIAJE DE MERCEDES

Los zapatos de Mercedes, de medio tacón, se empinan con esfuerzo al subir los escalones del autobús.

Una vez por semana Mercedes recorre media provincia para ir a visitar a Tomás. Ese día se levanta muy temprano e, impaciente, acude al primer turno de desayuno del comedor de la residencia. Después casi parece volar cuando, con pasitos cortos y ligeros, regresa a su habitación para lavarse los dientes y peinar cuidadosamente sus rizos blancos. Coqueta, tras darse una vuelta frente al espejo, agarra el bolso y sale presurosa para no perder el autobús que, puntual, se detiene a las 9.45 en la parada, situada a escasos metros del edificio de la residencia.

De un tiempo a esta parte, las piernas de Mercedes no parecen responder como antes. Le cuesta doblar las rodillas y hoy, nada más sentarse en el autobús, ha sentido el latigazo de un calambre ascendiendo de forma intermitente por su pierna derecha. Es la edad -piensa- mientras sus ojos grises parecen lamentar el paso del tiempo detrás de los cristales gruesos de las gafas, a la vez que observan, sin prestar gran atención, las obras que inundan la ciudad.

Al llegar a una plaza bastante alejada de la residencia, Mercedes tiene que descender del autobús para tomar un tren. Al entrar en la estación, observa con dificultad el panel de salidas. No puede distinguir bien las letras, luminosas, y acaba pidiendo ayuda a una chica joven que, después de leer la información, le indica la vía de la derecha.

¡Hay que ver! ¡Ya podían los sobrinos de Tomás haber buscado una residencia más cercana! Así podría visitarle más a menudo. Sería estupendo. Aunque y podían haber dejado las cosas como estaban. Sin duda, lo mejor para Tomás era seguir donde estaba, en su residencia anterior, donde aún permanece Mercedes. Si le hubiesen dejado allí, todo iría sobre ruedas. Ella podría estar con él todos los días, mañana y tarde; ver continuamente a Tomás, acompañarle, ayudarle. Sería la situación ideal. Aunque, todo hay que decirlo, en los últimos tiempos las auxiliares de la residencia cada vez le dejaban pasar menos tiempo con él. Hay que reconocerlo. Unas arpías, es lo que eran esas chicas. En los últimos meses se habían dedicado a hacerles la vida imposible.

El gesto de Mercedes, habitualmente dulce y apacible, parece endurecerse al compás de estos pensamientos. Esas auxiliares no lo entendían, a ella le importaba Tomás sobre todas las cosas, velaba por su salud, por eso intentaba que caminase y se mantuviese activo, se preocupaba por sus comidas y también le llevaba a su habitación para que oyese canciones de Estrellita Castro y de otros cantantes de su época, porque ¡cómo le gustaba a Tomás oír a Estrellita Castro! Tenían derecho a entretenerse y pasarlo bien, pero con aquellas brujas vigilando no había manera. A duras penas permitían que estuviera con él siquiera en la sala de estar. Increíble.

Hay que reconocer que las últimas semanas que había pasado Tomás en la anterior residencia habían sido tremendas. Todo había empeorado a raíz de un incidente absurdo al que todo el mundo había concedido una importancia que no tenía. Aquello no era de recibo. Todo sucedió por culpa de las auxiliares de la residencia. Dejaban a Tomás sentado en el salón todo el día. ¡Qué barbaridad! Pero, ¡cómo va a ser bueno estar todo el día parado sin moverse! Si lo que le convenía era hacer justamente lo contrario: andar, desentumecerse, moverse.

Todo se desencadenó a partir de un día que estaban en el salón. Aprovechando que no había auxiliares a la vista, Mercedes cogió a Tomás del brazo y, como pudo, le ayudó a levantarse. No habían avanzado ni cuatro pasos cuando la zapatilla de Tomás se enganchó en la pata de una mesa y tropezó, con tan mala suerte que dio varios trompicones hasta caerse y, claro, Mercedes detrás de él. Aquello fue un incidente sin importancia, una tontería. Pero si no les había pasado nada, hasta había resultado gracioso. Aquellas auxiliares carecían de sentido del humor, entre otras cosas. A partir de este suceso, cada vez que a Mercedes se le ocurría aparecer en la planta de Tomás, siempre se encontraba a una de ellas pisándole los talones. Aquello era insoportable, un agobio. Necesitaban

A partir de este suceso, cada vez que a Mercedes se le ocurría aparecer en la planta de Tomás, siempre se encontraba a una de ellas pisándole los talones. Aquello era insoportable, un agobio. Necesitaban estar solos, ¡cómo iban Tomás y ella a contarse sus cosas con alguien delante!

Total, al final aquello se había complicado tanto que a Mercedes únicamente le quedó una opción: la noche. Cada día, después de la cena, se ponía el camisón, se metía en la cama y, cuando la auxiliar de su planta hacía la ronda para comprobar que los residentes estaban acostados y dar las buenas noches, Mercedes fingía estar dormida. Luego, esperaba un buen rato en la habitación hasta que la residencia se quedaba completamente en silencio. Entonces, se levantaba, abría con sigilo la puerta de la habitación, atravesaba el pasillo y bajaba los cuatro tramos de escalera que le separaban de la planta donde dormía Tomás. Una vez allí, miraba a derecha e izquierda y, cuando estaba segura de que no había auxiliar a la vista, recorría sigilosamente el pasillo hasta entrar en la habitación de Tomás. Tenía que procurar no asustarle, porque claro, él ya estaba en la cama, a veces incluso dormido. Mercedes avanzaba muy despacio hasta sentarse con cuidado en un ladito de la cama, entonces cogía de la mano a Tomás y le contaba, en un susurro, lo que había hecho aquel día, le hablaba de esto y de aquello. Sólo se quedaba unos minutos, para no tentar a la suerte. Al despedirse, siempre le recordaba que tenían que cuidarse mutuamente, porque en realidad los dos estaban solos y ella ni siquiera tenía sobrinos, como él. Luego le soltaba la mano y le daba un beso de buenas noches en la frente. A veces él protestaba un poco. Tomás es un poco gruñón, qué le vamos a hacer, pero por lo demás, ¡qué gran persona!

Una noche la suerte les dio de lado. Justo en el momento en que salía de la habitación de Tomás, Mercedes chocó de bruces con una de las auxiliares. ¡Qué desagradable fue aquella chica! Se puso como una fiera. Ni que fuera un crimen visitar a un amigo. A partir de ahí todo fue de mal en peor. En la residencia se oían rumores de todo tipo sobre Mercedes y Tomás. Pero, ¿por qué se tiene que meter la gente en la vida de nadie?

Pero aquel incidente tuvo sus consecuencias. Basta con ver cómo ha terminado todo, ¡separados por una barbaridad de kilómetros! Un desastre.

El cristal del vagón refleja la nostalgia del rostro de Mercedes que, mira pasar los paisajes sin verlos.

El tren se detiene. Cuando lleva unos instantes parado, observa la estación y se da cuenta de que ha llegado a su destino. Se levanta y casi vuela hacia la puerta.

Un joven ayuda a Mercedes a bajar los escalones del tren de cercanías después de que uno de sus zapatos quede atrapado en el bordillo del primer escalón y Mercedes esté a punto de caer al andén. Ella le da las gracias y sonríe como gesto de amabilidad pero, sobre todo, porque en este momento es feliz. Va a disfrutar de las mejores horas de la semana, las más esperadas. Desde la estación, en solo cinco minutos andando, se llega a la residencia donde se aloja Tomás. Ya no falta nada para el encuentro.

Justo delante de la verja de entrada, Mercedes se estira la chaqueta, la falda y se retoca el pelo con bastante maña. Solo después de comprobar con detalle que está presentable, llama al timbre.

Nada más entrar pregunta por Tomás a una de las auxiliares, que señala hacia al jardín e indica un árbol del lado izquierdo. Una enorme sonrisa cubre el rostro de Mercedes. Efectivamente, allí está Tomás. Por fin.

Bajo aquel árbol se distingue, desde la distancia, a un hombre de bastante edad.

Mercedes, emocionada, atraviesa el jardín para acercarse a Tomás. Sus zapatos avanzan dando saltitos y llenándose de polvo a medida que atraviesa la gravilla del jardín.

El hombre hacia el que camina está sentado en una silla de ruedas.

Cuando falta aún un tramo, Mercedes se dirige a él con tono alegre: ¡Tomás! ¡Aquí estoy otra vez, Tomás!

La mirada del hombre se pierde en la distancia.

Cuando llega a su lado, Mercedes, con una sonrisa enorme que también se refleja en el color de sus ojos, ahora verdosos y extremadamente abiertos, abraza con ternura a Tomás y le da un beso sonoro en la frente.

El hombre sigue abstraído, con la mirada detenida en algún objeto lejano del jardín.

Mercedes, tomando la mano de Tomás, le dice que está muy favorecido con esa camisa azul que lleva. Ya verá, tiene un montón de cosas que contarle, han pasado un montón de anécdotas durante estos días en la residencia, no se lo va a creer. Las auxiliares cada día tienen peores pulgas.

Pero, antes de nada, Tomás debe estar cansado de estar sentado en ese lado del jardín. Si le parece pueden pasear un rato, así cambian de panorama y mientras, van charlando.

El hombre sentado en la silla de ruedas no responde, continúa mirando al vacío.

Mercedes, dispuesta, se cruza ágilmente el bolso en bandolera y, situándose detrás de Tomás, empuja con
suavidad la silla a la vez que empieza el relato de las peripecias de los últimos días.

Los zapatos de Mercedes se alejan despacio por el jardín, deslizándose con suavidad sobre la hierba y siguiendo, paso a paso, el giro de las ruedas de la silla de Tomás.

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El instante mágico.

Fin.

La trama está resuelta. Los personajes han solucionado sus conflictos. La historia ha concluido y mientras leemos los títulos de crédito, habitualmente con el ritmo de un tema musical que resume el espíritu de la película de fondo, hacemos balance de los pensamientos y emociones suscitadas. En ese momento repasamos mentalmente la película y empezamos a concluir la opinión sobre lo visto.

En la vida no resulta tan fácil cerrar etapas y poner la palabra fin encima de determinados fragmentos de vida. A veces la ponen terceros y no hay vuelta atrás.

Hoy se ha cerrado una etapa profesional muy importante para mí. Desde 2003 he vivido con pasión la gestión cultural y la promoción del cine desde la Asesoría de Cine de la Comunidad de Madrid. Hemos tenido la oportunidad de aprender tanto de los compañeros de profesión. Todo un privilegio. Hemos crecido con el cortometraje; hemos visto nacer nuevas líneas de apoyo al largo, incluso una dedicada al videojuego-que esperamos llegue pronto; encuentros -cómo me gusta esa palabra-, talleres, seminarios, festivales -esa Semana del Cortometraje creciente, ese Alcine que tan bien dirige Luis González-, publicaciones, guías, ciclos, cines de verano, una lista enorme de actividades… !qué hermosas experiencias!. Tanto aprendido, tanto vivido…

Gracias a todos los que directa o indirectamente habéis participado en estas actividades. Y enormes gracias al equipo de la Asesoría de Cine: Mireya Martínez, la mejor en producción y Lola Díaz, la mejor en administración. Todo un privilegio trabajar con profesionales de este nivel. Y toda una enciclopedia de anécdotas a recordar.

Queda desear toda la suerte, energía y creatividad al equipo que a partir de ahora coordinará la Cultura en la Comunidad de Madrid y a la persona que impulsará, seguro que con buen criterio, los programas y actividades de cine.

Y empezamos una nueva etapa de creación. Volvemos a la dirección, a la producción y al guion.

La palabra fin queda atrás. Se va desdibujando. Estamos en el inicio.

Cómo ese mar que siempre inspira, que va y viene, nos dejaremos llevar de nuevo hacia un lugar del que uno realmente nunca se va: la creación.

Muchas gracias, gente del cine madrileño. Nos encontramos pronto.

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https://vimeo.com/342129323

SSHINDA, es un artista mexicano maestro del juguete tradicional y también poseedor de un inmenso tesoro de narraciones tradicionales de la región de Guanajuato.

El próximo domingo 16 de junio el Maratón de Cuentos de Guadalajara (en este caso de España) le dedica un homenaje. SShinda contó  allí hace cuatro años y tuve ocasión de conocerle en el marco de este maravilloso evento dedicado al cuento y a los cuentistas (¡qué palabra!). A través de dos personas que han grabado y estudiado los cuentos de Sshind -José Manuel Pedrosa y Gabriel Medrano- pude visitar su taller de artesanía de madera en la localidad de Juventino Rosas en los veranos de 2017 y 2018.

Mi padre era ebanista y visitar aquel taller fue especial. La materia prima y el modo ingenuo de tratarla y de pintarla. Quizás como los cuentos de Sshinda, aparentemente sencillos, pero con tantas referencias y capas. A lo mejor esas calles de Juventino Rosas tienen algo que ver en la riqueza de esos relatos. Su vida caótica y maravillosa, llena de fascinantes vendedores ambulantes y, supongo, aún más fascinantes historias de vida. Macondo en México.

Cada persona que conoces aporta algo a tu vida. Recibí mucho en aquellas visitas a SShinda y a Juventino Rosas. Fue especial, como tantos momentos vividos en México.

Para contribuir al homenaje que rinde el Maratón de Cuentos a Sshinda, he editado un pequeño vídeo que da idea del taller del artesano y de esas calles increíbles de Juventino.  Estará en abierto unos días. Quizás sea el inicio de una edición más profunda. Quien sabe. De momento, os invito a un breve viaje a Juventino Rosas.

¡Buen trayecto!

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Fue hace cuatro años. Recuerdo levantarme y recorrer con alegría mesas de la oficina llevando la noticia de que Aquel no era yo de Esteban Crespo estaba nominado al Oscar al Mejor Cortometraje de Ficción. Una gran noticia. Habíamos conocido y seguido el cortometraje desde que era un proyecto, lo habíamos visto crecer, participar en la Semana del Cortometraje, en Madrid en Corto, en muchísimos festivales… y ahora, ¡habían llegado a  los Oscar!. También después, desde la distancia, vivimos las peripecias de promoción en Los Ángeles y algunos momentos estelares que compartíamos en la oficina con gran alegría.

La película pertenece a su equipo, pero hay mucha gente alrededor que participa indirectamente en la película para la que también significan mucho los acontecimientos que ocurran que signifiquen promoción y distribución.

Hoy he tenido una mañana de ordenador y reuniones y he estado desconectada de las noticias y del móvil. En un momento en que lo he encendido, he visto dos mensajes y, leyéndolos, he dado un bote en el asiento. Era la hora de comer y había poca gente en la oficina, pero los que estaban, se han enterado de la noticia.

Un notición:

El cortometraje Madre está nominado a los premios Oscar. Nada más y nada menos.

Esta noche he visto las imágenes del equipo reunido viendo las nominaciones y el gran momento que han vivido cuando «Mother» ha sido nombrada. ¡Qué alegría! Momentos a recordar, como el que hace cuatro años vivió Esteban Crespo.

Pero echemos la vista atrás. Los cortometrajes españoles nominados al Oscar han sido:

Esposados de Juan Carlos Fresnadillo (1996 –año de producción-)

7:35 de la mañana de Nacho Vigalondo (2004)

Éramos pocos de Borja Cobeaga (2006)

Binta y la gran idea de Javier Fesser (2007)

La Dama y la Muerte de Javier Recio (2009)

Aquel no era yo de Esteban Crespo (2013)

Timecode de Juanjo Giménez (2017)

Todos ellos muy distintos, pero de gran nivel. Todos ellos podían haber sido ganadores por su calidad, pero sabemos que no es fácil.

En cualquier caso, un cortometraje nominado al Oscar genera un vínculo de solidaridad y apoyo en todo el sector del cine y del audiovisual español que es muy importante. Por otro lado pone foco en el talento y en la profesionalidad de todo el sector en nuestro país.

Hace cuatro años no hubo premio, pero Aquel no era yo consiguió una promoción increíble y la experiencia fue notable para el equipo, según fueron relatando.

Tampoco lo hubo en el 96, ni en el 2004 o en el 2006.

El cortometraje español merece un Oscar. No sé si será en 2019 -ojalá, equipo de Madre– o cuando, pero será por el merecimiento no solo de ese cortometraje, sino de un sector y de su evolución a lo largo de los años.

Hay mucho que hacer. Un cortometraje español está nominado a los Oscar. Sigamos trabajando.

¡¡¡ENHORABUENA, RODRIGO, MARÍA Y EQUIPO DE MADRE!!! Todo el cariño y la admiración al recorrido que habéis hecho y que haréis.

 

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El cortometraje español se merece un Oscar.

 

 

El lunes se celebró la gala de nominados a los premios Goya. En el camino hacia el Teatro Real, frente al Palacio, un tiovivo paró mis pasos. Los colores vivos, las formas barrocas de las figuras y ese movimiento que se inicia lento y va cobrando velocidad mientras los caballitos suben y bajan dando vueltas y miran la ciudad, me detuvo.

La noche había caído ya y el tiovivo estaba vacío. Aunque su luz inundaba aquella parte de la plaza y la esquina del palacio, aquella ausencia de niños daba un toque melancólico al lugar y al momento.

Contemplando el ir y venir de los caballitos, aparte de hacer un viaje a la infancia (¡cómo disfrutaba de niña con estas atracciones!), pensaba en el ir y venir del mundo actual, en las mejores y peores noticias del día. El mundo gira y, como un tiovivo, va arriba y abajo, se mueve lento, a veces se para, y a veces como esa noche, situándote como espectador, ves que el tiovivo lleva su ritmo. Todo es un cúmulo de circunstancias -desgraciadas y temibles circunstancias, en ocasiones-. Pero llega otro día y el tiovivo de la vida continúa su marcha.

Después de hacer unas fotos y algún video con diferentes tamaños de planos de los caballitos, continué caminando despacio hacia el Teatro Real, observando la belleza de la plaza, la iluminación de los edificios, mirando de tanto en tanto hacia atrás para ver el tiovivo y pensado en los compañeros nominados a los Goya y a todos los premios de estas semanas. Ellos también están en un tiovivo iluminado, subiendo y bajando el carrusel de las emociones, viviendo a fondo cada vuelta del camino. Ojalá todos ellos disfruten de estas luces y emociones muchas más veces. Porque el tremendo trabajo que requiere cualquier película, bien merece la recompensa de este tiovivo.

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En lo alto de la colina, la Alhambra mira a Granada. Un vestigio prodigioso de épocas que llevamos en los genes. Somos la historia de generaciones, de un pasado que a veces se asoma al presente, al hoy, que es todo. Somos en este instante. Y en este momento paseando calles bajo la Alhambra, con el año 2018 a punto de concluir, nacen estas palabras.

Medimos el tiempo, fugaz, en años.

Cada día es único. No hay momento mejor ni peor para nadar y saborear los mares de la vida. El día de fin de año, sin embargo, parece señalado como inicio de un nuevo ciclo. Llueven deseos y abrazos que suavizan nuestra perplejidad sobre el paso de ese tesoro, único, que es el tiempo.

Somos viento veloz. Habitamos sueños efímeros y maravillosos

En este día, en cualquier otro, por momentos que traigan el brillar de la mirada, la sonrisa del descubrimiento, la paz del abrazo. El amor frente al miedo.

Por el descubrimiento de nuevos mares, nuevas esquinas de nuestras geografías reales e imaginarias, en nuestras retinas y en las de otros.

Por zambullirnos en el oleaje de nuevos proyectos que impulsen nuestro vuelo.

Por encontrarnos en la orilla de ese mar con otros,  sentirnos en su piel, leernos en miradas y sonrisas ajenas. Andar juntos trozos de camino.

Por un sol cálido y generoso que sea refugio y señale a cada quien sendas y veredas.

Por todos, caminantes sin brújula, soñadores sin pausa.

Brindemos, por un hoy de todos, por el camino abierto para cada uno entre la tierra, el mar y el azul del cielo.

Brindemos por todos y con todos.

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E3F62DCA-F3D2-4DE9-8029-E38D2304528A.jpegLas luces y la noche de repente son claridad, agua y arena. Amanecer y silencio en el estruendo del tráfico.

No eres nada. Un cuerpo que se transforma en aire.

Eres todo. El viento que se convierte en sonrisa. La mirada que vuela.

No hay límites. Tú eres yo y él. Todo y todos a la vez. Y volamos, en el silencio y en el tráfico. En la nube frágil. Volamos. Somos el mundo cambiante o inmóvil. Una elección. Un conjunto casi infinito de elecciones.

Nada vale. Todo importa. El tiempo se detiene en el brillo de la mañana, en el café, el paseo consciente, la sonrisa en el silencio, la generosidad en el agotamiento de las horas. El frío y el calor, el bizcocho y la tortilla, el cuidado de alguien, la conversación inmensa, la imaginación del otro. Conocer, avanzar, creer, crear. El ruido como noria que se transmuta en silencio. Amarse y amar. Descubrir el instante. Una sombra en el sol. Gazpacho y cocido. Limón y aguacate. La página abierta de un libro. El ritmo mágico de un puñado de notas.

Juntos. Tú, yo, él. Andamos hacia el mar que alcanza el caminar de tu pie atravesando la arena. Y ahí, justo ahí, en ese límite fugaz entre tierra y mar te  regalo un pensamiento. Fugaz, vibrante y eterno. El roce de este puñado de palabras en la retina. El sentimiento que quede flotando en la estancia de tus recuerdos.

Navega. Vuela. Álzate y emprende viaje. Tu viaje. Te regalo el sonido de estas sílabas entre ola y ola. Entre luces, guirnaldas y brillos, entre la música del agua y el salitre.

No es Navidad. O quizás sí. Solo importa el mar, la arena que pisas, el brillo del tiempo.

Corre. Disfruta el camino. El futuro está cerca.

Feliz vida.

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Una mirada. Un paisaje. Una noticia. Un encuentro. Un suceso familiar, cercano o lejano. La lluvia que cae ahora mismo al otro lado de la ventana.

Ahí está, y en otros infinitos lugares. El origen de la creación. El nacer de una historia. Ahí, donde empieza todo: el teatro, una novela, una pintura, una melodía, el grito de un poema, el riesgo de una película.

Todo está alrededor. Todo está en uno mismo. El latir de las historias.

Pero antes, la necesidad de contar. Tan antigua. Porque el ser humano «es» en relación a los otros. Y, entre medias, en el límite entre tú y el otro, las historias propias y ajenas. Relatos -en cualquier formato- que comunican, enseñan, entretienen, mueven a la reflexión, a la emoción, a la empatía, al asombro… al sueño y la vigilia. A crecer.

Somos las historias que nos contaron, las que contamos.

Cuando creamos, retratamos nuestros mundos, incluso adaptando las historias de otros. Y el mundo crece con la creación de todos.

Mirando el caer de las gotas de lluvia en el cristal pienso en las historias en el cine, su complejidad. Escribir para la imagen. Escribir para que otros interpreten y lleven a la pantalla tu historia. La enorme generosidad del primer creador de una película: el guionista.

Secuencias de lluvia, de tormentas en parajes recónditos, en el centro de las más abigarradas urbes… en el origen, quizá, una tarde de domingo cualquiera en que el guionista mira por la ventana.

Apasionante el origen de cualquier creación pero estos días, mientras preparamos una semana muy dedicada al guion – Encuentro de Desarrollo de Guiones y MadridCreaLab- pienso en el doble salto mortal de los guionistas que desconocen el destino final, cómo equipos amplios de profesionales, serán capaces de poner en escena esas páginas escritas con tanto esfuerzo.

Qué gran suerte. Esta semana viviremos en el lugar DONDE NACEN LAS HISTORIAS, las del cine.

Y sigue la lluvia.

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0C791FAF-BC0C-4917-B97C-529813A1D248Más allá del espejo… la otra vida.

Luces entre los arcos.

Sombras en el espacio alargado e infinito.

El sí y el no. El quizás. El puede ser, en otra ocasión.

Pero no, definitivamente es ahora, en este momento.

En una tarde gris adornada de sonidos de lluvia.

Es ahora,  el tiempo de mudar la piel.

Ser lo que sé es.

Nada más. Nadie más.

De forma desnuda y tajante.

Más allá del espejo… la levedad de una imagen. Que se desvanece y se nubla. Que aparece y se esfuma.

El espacio que nos habita. Nos derrumba y empuja. Nos hace crecer.

Ahora soy un patio con arcos que da a un jardín.

Me veo a través del espejo caminando cada metro como un territorio de infancia. Tan conocido y tan ajeno. Pero no, tan propio que conozco cada baldosa, cada hoja que cae suavemente sobre la fachada, frondosa.

Jugar en el jardín. Rescatar el jardín. Soñar el jardín.

El que no se ve, detrás de las columnas.

Más allá del espejo, esperándonos, la vida.

Las manos y la fascinación de sus gestos.

Que acarician. Que pegan. Que sujetan.

Que tejen, escriben, rasgan, tocan, arañan, susurran.

Los dedos bailando en el aire. Abanicando el sentir del hoy, quizás el de mañana.

La conversación sin palabras. El gesto que asiente. El que contradice. El que refuerza. El que duda.

Somos palabra en cada movimiento de nuestras manos.

La mirada nos define. El movimiento suave, vertiginoso, oscilante, sensual, cálido o gélido del volar de nuestras manos, también.

Esta madrugada distraigo el dormir revisando fotos hechas con el móvil en un viaje reciente a Zamora.

Me descubro fotografiando manos en esculturas y pinturas. Cada fotografía, cada mano, contando una historia. Allá van unas cuantas.

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Somos manos que relatan.