La violencia seca. La dureza sin paliativos. La maestría del plano general que se alarga y no importa, porque lo que ocurre en el encuadre es tan potente que da igual que el plano no cambie de tamaño y se mantenga una eternidad. El otro lado de la vida. Los márgenes del terror revestido de normalidad.
El pasillo azul largo encierra el horror, la pertenencia al grupo como modo de supervivencia, la asunción de los códigos de la tribu, de sus maneras, sus líderes, sus límites, sus venganzas.
Y un muchacho sordo y solo entra en ese pasillo, azul, largo, y opta por la supervivencia. Pero a veces, sobrevivir es vencerse, morir matando. Y llega el amor, un amor que asume los códigos del grupo, que lucha contra los códigos del grupo. Un amor que se paga, que hiere, que se sitúa en los límites, que lanza al abismo.
No he visto una película tan sórdida y tan bella en mucho tiempo. «The tribe», dirigida por Miroslav Slaboshpitsky. Sórdida, sin reparos, sin límites. Bella en su forma, en la puesta en escena de cada plano. Bella incluso en sus momentos más duros, bestiales.
La vi un lunes de lluvia y Fiesta del Cine. Una alegría ver un día entre semana, tarde, las salas llenas, el trasiego de gente entrando, comprando entradas, viviendo las películas.
Repetí al día siguiente. «Ahora sí, antes no» de Hong Sang-soo. Nada que ver con la anterior. Una reflexión suave sobre dos maneras distintas de enfrentar una misma circunstancia, un encuentro entre un director de cine y una pintora. Dos versiones de una misma historia. La segunda se inicia igual que la primera, van sucediendo cambios sutiles hasta que el cambio se manifiesta de un modo más drástico. Un juego elegante que lleva a la reflexión sobre la narrativa, el cine, también sobre la vida donde no se pueden escribir dos veces las mismas líneas, repetir los planos.
Al salir, sigue lloviendo en Madrid. Muchísima gente se desperdiga bajo la lluvia después de vivir una noche de cine en el cine.