Iba deprisa para no mirar atrás. Vestía ropajes de viento. Jugaba a elevarse y tocar estrellas.
Corría. Vagaba. Daba vueltas en norias. Subía y bajaba de toboganes y montañas rusas.
Quería darse el tiempo. Darse el capricho. Darse.
Conocía su verdad y huía. De nubes y sombras. De montañas de tristeza. Del ayer. Del hoy.
Huía. Corría. Sin destino. Sin descanso.
Pero sabía bien. Sabía.
Sabía que la mirada de él no se detenía en su camino. Que no palpaba la lluvia en el filo de sus pestañas. Que no buscaba sus pisadas en la arena del atardecer.
Sabía.
Y transformaba esa distancia en vértigo, y luego huida.
Aunque la huida siempre le devolvía a esa acera de la calle de la vida en la que era invisible para él.
Allí terminaba y empezaba su viaje.
Pilar…como siemore…me encanta lo que escribes…los siento y los disfruto.
¡Muchas gracias por este regalo!
Un abrazo.
María Dolores Mulá.
http://www.mariadoloresmula.com
María Dolores, ¡muchas gracias! Me alegra mucho tu comentario. También disfruto mucho escribiendo. Seguiremos. Un fuerte abrazo!!!