“Un equipo de astrónomos ha descubierto un nuevo planeta fuera del Sistema Solar. Tiene un tamaño similar a la Tierra y se encuentra en una zona que podría ser habitable”.
Desde la ducha Alejandro escucha la noticia en una emisora de radio. Un nuevo planeta. Resulta apasionante. El conocimiento científico expande el cosmos.
“Se encuentra a unos 20 años luz y, entre sus características, destacan que su temperatura está entre menos 31º y menos 12º centígrados, tiene gravedad y su masa es entre 3,1 y 4,3 masas terrestres”.
Alejandro se seca vigorosamente con la toalla. ¿Cómo será ese nuevo planeta? ¿Será capaz el ser humano de viajar a otros planetas en un futuro no muy lejano? Quizás dentro de lustros, siglos, los viajes en naves espaciales sean tan habituales como los que hoy realizamos en avión. Pero todo eso tardará tiempo en llegar. Parece improbable poder vivir ese futuro. Lástima.
“Parece que en la Vía Láctea podría haber muchos más planetas habitables de lo que se piensa. Desde 1995, los astrónomos han detectado 490 planetas fuera del Sistema Solar. La mayoría se encuentra muy cerca de sus estrellas. Son planetas grandes y calientes, por lo que no se consideran habitables. Sin embargo, con las mejoras de los instrumentos y los telescopios, se están empezando a encontrar planetas más pequeños y más alejados de sus fuentes de energía. Y se está llegando a la conclusión de que planetas similares al nuestro podrían abundar en el Universo”.
Alejandro apaga la radio. Sale del edificio empujando su bicicleta. Cuando llega a la calzada, da un salto sobre el sillín y empieza a pedalear sin dejar de imaginar ese planeta rojo, con paisajes luminosos, un paraíso habitable de naturaleza virgen. Mientras, avanza ajeno a las bocinas, el tráfico y el ruido de las calles que atraviesa.
Un mar rojizo y dulce. Nubes con aspecto de grandes gominolas rojas. De un rojo brillante. Las calles se suceden y las ruedas de la bicicleta avanzan acompasándose al ritmo de su imaginación.
Marta camina a paso ligero por una avenida. Extrae el móvil del bolsillo de su vaquero para mirar la hora. Faltan cinco minutos para la salida del próximo tren de cercanías hacia la facultad. Aligera el paso. Quiere llegar con tiempo a la clase de Biología marina. Tiene que hablar con el profesor. No puede perder ese tren. Avanza por la avenida casi corriendo. Al llegar a una esquina, de repente, se detiene. Una imagen de un planeta extraño, rojizo, capta su atención desde una cadena de monitores encendidos en el escaparate de una tienda de venta de electrodomésticos. No le resulta una imagen familiar. No recuerda haber estudiado ese planeta en ninguna asignatura de la facultad. Aunque desde la calle no resulta posible escuchar el sonido de los monitores, deduce que se trata de un planeta recién descubierto. Fascinante. Un nuevo mundo. Una tierra donde quizás, dentro de un tiempo, se podría empezar de cero. Un mundo rojizo, rojo, brillante.
Alejandro pedalea mientras sueña con un largo viaje de estudio de planetas y estrellas a través del espacio. Callejea cerca de una avenida donde se encuentra el organismo donde acaba de conseguir una beca. Avanza por una calle estrecha. Poco antes de llegar a la esquina con la avenida, los monitores de una tienda de televisores captan su atención. Imágenes del planeta rojo. Impactantes. Un nuevo mundo rojizo, vibrante, rojo.
Marta empieza a cruzar la calle. Camina despacio, con la cabeza girada hacia atrás. Tiene que darse prisa y correr hacia la estación. Va a perder el tren. Sin embargo, le resulta imposible despegar la vista de las espectaculares grabaciones del planeta rojo.
Alejandro pedalea despacio. La imagen fascinante reproducida por los monitores capta por completo su atención. Tan solo quedan unos pocos metros para llegar al cruce. Avanza sin mirar al frente.
La bicicleta oscila.
Marta siente un golpe seco en sus piernas.
Alejandro se desestabiliza y cae al suelo. La realidad, de repente, parece cobrar un color rojizo. Los edificios, los coches, la ropa de la gente, los rostros.
Marta no siente las piernas, todo parece moverse de forma incontrolada, el asfalto cada vez se acerca más y más. El cielo es rojo. Las nubes, rojizas, flotan sobre la ciudad. El mundo, desde el suelo, se ve rojo.
Marta gira despacio la cabeza y se topa con el rostro de Alejandro, enrojecido y extraño. Debajo de él, ausente, las ruedas de una bicicleta. Alejandro tarda unos segundos en volver en sí. A pocos centímetros, en un mundo ahora brillante y teñido de rojo, atisba el rostro de Marta que parece sonreír. Pasados unos segundos, ambos se giran como pueden, muy despacio, hacia los monitores de la tienda y, desde el suelo, vuelven a admirar la imagen del nuevo planeta.
Un tumulto de gente les rodea. En la confusión y entre murmullos se habla de llamar a urgencias, de retirar la bicicleta, de heridas y contusiones. Pero la mirada de Marta, ajena a todo el jaleo, no deja de observar el círculo rojo que ocupa los monitores. Tampoco Alejandro pierde de vista la imagen del nuevo planeta.
Pasados algunos años, ya en su madurez, Marta y Alejandro serán pasajeros de uno de los primeros vuelos turísticos interespaciales y tendrán oportunidad de contemplar muy de cerca aquel planeta rojo y extraño que provocó su encuentro. Su sueño de juventud quedará cumplido. Y por segunda vez en sus vidas, se verán el uno al otro con la misma luz rojiza y extraña de aquel día, lejano, en que se conocieron.
Mírame
Acaríciame con la mirada
Rompe la distancia que baila entre tu cuerpo y el mío