A partir de ese día, él acudió durante meses a la misma hora al lugar donde la había encontrado esperando que aquel fuese un trayecto habitual para ella. Deseando que se repitiese el momento.
Pero no volvió a verla.
Meses después los acontecimientos le llevaron fuera de España durante muchos años.
Pasó el tiempo y él fue madurando con sus fotos. Consiguió premios y honores por sus retratos. También vinieron amores, encuentros y desencuentros. Pero nunca olvidó a la mujer del tranvía. Su foto siempre tuvo un lugar especial en su estudio y en su recuerdo.
Cuando cumplió ochenta años, ya afincado de nuevo en España, una entidad cultural le propuso hacer una retrospectiva de su obra en un importante museo.
Seleccionó cuidadosamente los materiales que iba a exponer y decidió pedir al comisario que ubicase a la entrada de la muestra, en un lugar privilegiado, la que él secretamente consideraba la foto más importante de su vida. La instantánea de aquel amor que nunca fue.
La exposición fue un éxito. Miles de visitantes la recorrieron en poco tiempo. A él le gustaba acudir de vez en cuando a aquellas salas llenas de sus recuerdos, plagadas de historia e historias, ver reacciones y oír comentarios.
Una tarde visitó la exposición y se sentó cerca de la entrada. Pasado un rato, observó como una mujer mayor entraba en la sala agarrada del brazo de una joven. Ambas se acercaron al panel donde estaba colgada su fotografía preferida. Él no podía ver sus rostros, estaban de espaldas. Oyó su conversación.
– Mira, esta es la foto de la que te he hablado. No sabes cómo me emocioné al descubrirte por sorpresa cuando vinimos el otro día a ver la exposición. ¡Eres tú, abuela! No hay duda.
Tras unos instantes, con voz entrecortada, se oyó la voz suave de la mujer mayor.
– Si, hija, tienes razón, soy yo. ¡Cómo ha pasado el tiempo!
Mientras seguía escuchando el diálogo entre nieta y abuela hablando de la época de la guerra, él, con los ojos húmedos de emoción, se levantó y caminó despacio hacia ellas.
No podía pasar ni un instante más sin conocer a la mujer de su vida.
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Los años han pasado
y sigues siento tú.
Más allá de ti, se abre el vacío.
Hay personas que nunca se olvidan, aunque nuestra relación haya sido mínima. Podemos divagar qué habría sido de nuestra vida con esas personas, aunque no nos llevará a ningún lado.
Me ha gustado. Saludos.
Esas cosas pasan… aunque sólo a aquellos que son capaces de guardar secretamente una esperanza durante medio siglo o lo que haga falta. Qué hermoso cuento de navidad. Te gustaría «Pisos vacíos», de Rafa Russo, cuatro relatos de gente subiéndose a trenes en marcha con grave riesgo para sus corazones. Abrazo.
Una vez en México D.F. una amigo escritor, Jorge f. Hernández, presenció una historia parecida entre los llamados niños de Morelia. Aunque yo estaba en el DF ese día y fui a ver el puerto de Veracruz donde llegaron los niños, la escuela en Morelia donde estudiaron y conocí algunos de ellos y sus entrañables y desgarradoras historias, ese día no fui (pero me fio totalmente de mi amigo:). Se celebraba una reunión de los niños de la guerra y cambiando ese escenario la escena fue tal cual la cuentas Pilar. También este hombre lleno de emoción reconoció en los ojos de la mujer la niña de la que se enamoró.
Años antes mi amigo, Jorge F. Hernández, el mismo que presenció esa escena, escribió una novela que se llama «La emperatriz de Lavapiés» (ahora se va a reeditar en Punto de lectura) de un niño de la guerra que regresa a Madrid a los 70 años buscando a Carmen la mujer de su vida, con la que solo compartió un fugaz instante. Como reza la columna que este amigo mío lleva escribiendo durante años en el periódico Milenio: agua de azar.